Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Sanando el pasado






Movido por un sentimiento nuevo en mí, surgido tal vez, por la madurez y la responsabilidad impuesta abruptamente y por la curiosidad de saber adonde mi cobardía de juventud acorraló a aquella exótica y bella mujer, la fui a ver.
Caminé a los suburbios del pueblo y fui a dar a una precaria casita rodeada de jardín, golpeé y sin asomarse siquiera contestó secamente:
- ¿Que querés? ¿Qué andas buscando?
-Vengo a ver a Zoe-, contesté titubeando, dándome cuenta que no había ensayado una excusa.
- ¿Para qué?- inquirió la voz.
- Quiero comunicarme con mi padre.
- Entrá, dejá 100 pesos sobre la mesa y sentate-, dijo con un tono de voz firme y resuelto.
Adentro había velas en cada rincón, lo que le deba un aspecto esotérico, un bracero en el suelo que daba calor y olor a carbón, las paredes precarias cubiertas con telas, había dos asientos, uno que entendí sería de ella, preparado como un trono, alto, cubierto con telas que brillaban, cómodo. El otro una silla rústica y pequeña, ahí me senté y esperé que apareciera.
Pensaba como se había desencadenado todo. Éramos muy jóvenes, ella vendía flores en el cementerio, café y maníes a la salida del cine, alfajores de maicena y helados en la puerta de la escuela.
Ella era todo movimiento, su cuerpo de junco, sus motas negras pegadas a la cabeza, sus aros de oro resplandecían como sus dientes en una boca enorme y sonriente que pintaba de rojo, aunque en aquel tiempo mis camaradas y yo no reparábamos en esos detalles precisamente. Eran tan fuertes nuestras fantasías que empezamos a hablar y a contar historias que no fueron, fantásticas y exageradas, poniendo en ella todos nuestros propios deseos.
Zoe ajena a nuestros rumores que fue cubriéndolo todo como una bruma espesa, siguió con su vida hasta que el pueblo se inquietó por esa mujer que con sus cafés, alfajores y helados contaminados con brebajes demoníacos, corrompía y perturbaba a los jóvenes del pueblo.
Así ,la ignorancia la convirtió en un animal exótico, supersexual, lujurioso demoníaco y corruptor que hizo que Zoe volviera a su casa de la periferia con los termos llenos de café, las flores marchitas, los maníes sin vender, los helados derretidos, los bolsillos vacíos, las miradas despectivas en su nuca, envuelta en un cuchicheo incesante.
Y dejamos de verla, aunque los rumores seguían, siempre había alguien a quien se le aparecía en la noche y era victima de un ataque sexual que al otro día contaba con lujos de detalles, dejándonos curiosos y ardientes. Las damas del pueblo con mi madre a la cabeza la defenestraron en sus reuniones de canasta y té, adjudicándole poderes extraordinarios y la convirtieron en un mito, le temían.
Un día escuché a mi madre decirle a sus amigas que Zoe se le apareció en la noche a mi padre mientras él regresaba del bar, y en una calle oscura y silenciosa lo atacó como un animal en celo dejándolo tirado en el piso inconsciente, y que por pudor no quiso hacer la denuncia a la policía.
Crecí con esas historias, que maliciosamente había comenzado yo por error, por cobarde, por estúpido.
Hoy estoy aquí, en su casa, con una excusa para saber de ella. Un gato negro me inspecciona rozándome su cuerpo y su cola por las piernas. El tiempo ha pasado, ya no soy un adolescente, mi padre ha muerto hace dos años, y yo debo mantener la casa.
Zoe también ha cambiado, ya no tiene esa enorme sonrisa. Sus ojos siguen siendo enormes pero serios, ha usado ese misticismo, esos poderes que le adjudicaron para sobrevivir y ahora envuelta en una capa de seda que cubre todo su cuerpo se presenta ante mí. Con sus dedos flacos y ágiles toma el dinero y lo guarda entre su ropaje.
-¿Qué querés saber?
Y yo no sé que decir.
-Él está aquí-, me dice con una seguridad que me conmueve.
-Está a tu lado, puedo verlo, rubio, de traje, te mira, te sonríe.
Y yo, que entré a esa casa sabiendo que esto es una farsa, me emociono y lloro sin vergüenza como un niño.
-Perdón- digo entre sollozos.
Zoe imperturbable cerrando los ojos dice:Los hijos no deben cargar con los pecados de los padres.
No entiendo que me dice pero me levanto conmovido, salgo de la humilde casa, el gato se me atraviesa y me demora un instante.
Zoe me dice monocorde: Podés venir cuando quieras.
-Así lo haré-, respondo secándome la cara.
En el jardín de entrada a la casa juega un pequeño niño negro de unos tres años, con los mismos ojos gigantes de Zoe, con la boca carnosa de su raza, con la alegría despreocupada de su edad. Y yo aturdido, le digo chau y acaricio sus pequeñas motas rubias.




© IRMA ACUÑA
Julio 07

® Birlibirloque

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Realidades sorpresas que da la vina
Excelente relato

Birlibirloqueras dijo...

Birlibirloqueras te agradece con 8 abrazos el comentario y tu visita.