Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

jueves, 20 de junio de 2013

A ella le llueven flores


 
 
 
Prefiero empezar por el final.

Abre  la puerta de la “casa hongo” como siempre con una sonrisa y un beso lleno de amor.
Las flores se pegaron al vestido y son rosas, margaritas, verdes hojas .La sonrisa  es amor de amiga hermana, las manos son suaves pétalos que acarician mi cara.
Sus ojos dicen que primero fue hija después joven deseada, amada, después la dicha de ser  mamá abuela; es capaz de cobijar una  callejera, que le regala una cesta llena de gatos, los ama tanto como a la caja llena de botones  de la siempre recordada mamá.  Ella es así, llora a la enamorada del muro, ríe con las ocurrencias de Lidia, se pone triste con el dolor de otro.

Pasa la vida. Sin querer le llueven flores, con nombre de hijos, nietos, amigas.

La escalera se viste de fiesta, de letras, B-I-E N-V-E-N- I-D-A en colores, esperan entusiastas las pisadas juguetonas de los nietos, y el corazón prepara  besos y mimos, escondidos en el alma.

 

©Remedios Pernas        
2 / 3 / 2013
® Birlibirloque

Un beso de amor perdido en el tiempo





 Pasa ligera desde el fondo de los años, descalza, con su vestidito blanco corriendo detrás del heladero en medio de la siesta, bajo el sol ardiente de enero. Aun puedo percibir el olor a flores de laurel de su pelo y a polvo que levantan sus pies por la calle de tierra
Todo su cuerpo tiene el color caliente del verano cuando vuelve con su helado y se sienta bajo el ligustro en el borde de la vereda, la brisa que mueve las ramas le llena el pelo de flores. Es la imagen perfecta de la felicidad.
En mi corazón será siempre esa niña que echa barquitos de madera en la corriente del río y los sigue chapoteado por la orilla con su mallita blanca y el pelo rubio al viento ante la mirada atenta del padre que la observa bajo el sombrero de paja mientras dibuja mandalas en el aire con la línea de pescar.
Niña que canta en el laurel en flor, que habla con los duendes y las hadas y se rasga los vestidos al bajar presurosa si la llaman a comer. Que rendida a la noche  duerme tranquila con una sonrisa después de escuchar un cuento y decir el Padre Nuestro. Sueña que va por los aires, su figura ligera atraviesa el tiempo y en otro tiempo, otro lugar, otra casa, se acerca y cubre amorosamente la espalda de la anciana que sueña que es niña y que su madre la arropa después de besar su frente y decir sus oraciones.

 

 
© Myrta Zweifel  
® Birlibirloque

El jardinero busca su camino






Buscando el camino principal, el jardinero, tomaba senderos que una y otra vez convergían
en un lugar sin salida.
Un bosquecillo cerrado y compacto de árboles cuya especie desconocía, le impedía el paso.
Con desaliento levantó la mirada descubriendo  una bandada de pájaros, recordó que los pájaros azules migraban en esa época del año. Cambió el rumbo confiando en ellos, y al cabo encontró el camino.
Era largo y serpenteante. Tenía la sensación que no era él que caminaba, sino que el camino lo llevaba en un sueño envuelto como una gasa.
Tras él, pasos o roces en la tierra del camino alteraba la calma del instante leve y placentero.
Empecinado en mantener los ojos abiertos. Imposible. Nunca habían caminado sus pies sin
la ayuda de sus ojos.
Los pasos tras de él parecían ir decreciendo. Con gran esfuerzo  abrió el ojo derecho, siempre fue el más obediente. Un aroma penetrante a pinos, le entró por la nariz y obligó
al ojo izquierdo a levantar el párpado rebelde.
Con los ojos muy grandes pudo verificar que estaban en un claro del bosque, con un silencio sepulcral en un gran espacio circular, invadido por una multitud de árboles que llegaban, se detenían, expectantes en un murmullo quejoso.
Al jardinero cavilador, le vino a la memoria el recuerdo más triste de su niñez, los preparativos de la guerra.
Observaba en silencio, estremecido.
Un árbol grandísimo parecía liderar no ya una pandilla  de jóvenes díscolos, sino un regi-
Miento de añosos y robustos especimenes.
El viento aullaba y al momento las lamentaciones de los habitantes del bosque se oían por
doquier.
No hubo árbol que prestara atención a la palabra conciliadora del jardinero. No lo tomaban
en cuenta. Buscó un silbato  en su morral que interrumpió el murmullo verde.
Gritó : Silencio, silencio, calma, deben dialogar…
El viejo árbol que comandaba la rebelión infló el tronco, y con potente vozarrón amenazó
con venganzas a los hombres que los atacaban. No ya a los que dibujaban y herían su
corteza, sino a los vándalos que encendían fuego cerca de ellos, provocando incendios y
exterminio.
Aunque resulte difícil de creer, los árboles, que sí tienen alma, sueñan y cavilan como los
jardineros, determinaron un plan de traslados.
El objetivo es marchar hacia el sur. Lo hacen por la noche, días nublados o lluviosos para
evitar ser descubiertos.
No hay certezas que puedan lograrlo.
Los conductores de camiones que transitan las rutas, y además les gusta hablar de OVNIS.
Delirar que los llevaron a otra galaxia, en pocas palabras son demasiado charlatanes, cuentan que a menudo ven árboles desfilando por las rutas, unos lentos, otros veloces, con las raíces rotas o heridas.
El jardinero sabe que la madre tierra  los espera con su inmensidad generosa.
La Patagonia invita a cavilar este  verde, verde, sueño…

 

© Lidia A. González

® Birlibirloque


Barrer las hojas


             

                


 

                   Barro las hojas caídas                                                   

                   desperdigadas por el suelo                                             

                   Amontono                                                                       

                   amaneceres de primavera                                              

                   sombras de verano                                                         

                   noches de otoño                                                            

                  dentro de mi almanaque                                               
                 
                 van cayendo todas las estaciones. 


              
© Erica Schwörer

® Birlibirloque

                         

Viví allí


 

 

Terreno pedregoso, caminos duros entre montañas
Ovejas paciendo en las laderas
Casas blancas de dos o tres plantas con patios descubiertos, con enredaderas que la brisa mece, con vientos con olor a hierba.
Pueblo con una calle ancha colina arriba, con callejuelas a ambos lados
Viví allí. Donde todos se conocen fisgonean y critican duramente. Donde el aburrimiento y el conocimiento que de mí tenían, los movió a perseguirme, a la vuelta del mercado.
Donde se produjo ese bochorno, empujones, insultos, manzanas por el suelo de tierra apisonada, risotadas.
Donde lo conocí. Alto, lindo, mirada penetrante, conminado a sumarse a este ataque despiadado.
Viví allí, donde tomó una manzana, se la puso en la mano, me miró y le dijo: “Dale duro, si realmente estás limpio y puro” y así les disipó el valor y les arruinó la diversión.
Donde junté las manzanas y rogué que el suelo me tragara.
Donde sin embargo, no me separé más de él, porque era fuerte, atractivo, seguro de lo que quería decir, y de la huella que quería dejar.
Y como tantos otros, viví allí, para asistir, acompañar y aprender a su lado.
Viví allí. Eran épocas de tiranía, donde pensar, soñar, decir eran un insulto, una irreverencia que debía ser castigada con el cuerpo miserablemente expuesto, desnudo y torturado.
Pronto este hombre sencillo que trabajaba en el taller de su padre, por sus actos y sus dichos fue conocido, sentido como gran amenaza que debía ser callada.
Viví allí donde el poder lo persiguió, lo capturó.
Después llegó la humillación, la tortura, la agonía.
Cuando murió seguí viviendo allí, porque creí encontrarlo en el terreno pedregoso, en los caminos duros entre montañas, en las enredaderas de florcitas blancas, en el suelo de tierra apisonada, en el odre compartido y en el olor a pan recién horneado.
Luego, dejé de vivir allí. Quise conocer gente, contar sus sueños, su palabra, su vida. En oro escribirlo para que el mundo como yo lo conociera y amara.

Y para muchos la historia comenzó allí.
Allí, donde yo viví.
Donde él vivió y murió
Donde comenzó su revolución.

 

©Irma Acuña

® Birlibirloque

Mi paraguas y yo


 
 
Tenía un paraguas acomplejado. Siempre preguntaba por qué tenía que salir cuando estaba lloviendo.
Le expliqué siempre. Pero él insistía en sus preguntas, cada vez más frecuentes.
Lo saqué al balcón y lo dejé abierto boca arriba a pleno sol, en esos días de 36 grados a la sombra. Se lo veía tan feliz, que lo dejé. Por la noche escuché que golpeaba el vidrio muy despacito.
Salí pensando que se había insolado y me encontré con un paraguas diferente, creí que no era el mío, me confirmó que sí.
Tenía sed. Bebió tanta agua que quedó lleno hasta el borde. Me tranquilizó con movimientos casi de danza árabe.
Esa noche no dormí y me asomé al balcón cientos de veces.
Había cambiado de color o era la luna que lo alumbraba y se veía diferente. Dormí soñando que mi paraguas estaba lleno de sol y me despertaba con la habitación radiante de amarillo.
Al amanecer lo vi. Arcoíris hecho paraguas. Sin agua y luminoso.
No quiso estar más al sol.
Está en el paragüero. A veces lo escucho cantar.
Cuando llueve es el primero que llega a la puerta, en el ascensor casi no puedo contenerlo.
En la calle es un príncipe, delicado, no molesta.
Todos nos miran. Sí, nos miran. Porque mi paraguas parece una farola. Se le quedó el sol en  la panza, como dice él.

 

© Cecilia Ortiz
® Birlibirloque