Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Río de nostalgia








Era domingo. Me desperté temprano. La claridad del día penetraba por la ventana. Un cielo azul, despejado prometía una mañana espléndida. Después del desayuno me puse un jogging y unas zapatillas, guardé una manzana en el bolsillo y salí a caminar. La necesidad de ver el río me llevó barranca abajo disfrutando del silencio que a esa hora aún reinaba en las calles dormidas del barrio. Una energía inusual invadía mi cuerpo. Me alegró haberme dormido temprano la noche anterior, descartando la lectura en la cama, que sin remedio me conducía a dormirme pasadas las 12 de la noche.
A lo lejos, en el horizonte, una línea tenue separaba el cielo del río. Apuré el paso fácil, cuesta abajo. A mi derecha una interminable reja se apoyaba sobre un sólido muro que se extendía a lo largo de varias cuadras hasta desembocar en las vías del ferrocarril. Mientras caminaba intenté ver como en aquellos años que había detrás de la verja. Había pasado mucho tiempo. La vegetación era ahora más tupida, no vi como antes la mansión. Sólo atiné a visualizar algunas partes como un rompecabezas, el resto de las piezas logró colocarlas el prodigio de la memoria… y otra vez la incógnita ¿quién vivía en ese palacio? Pasando las vías del tren casi como una continuación de la calle comenzaba lo que fuera en esa época el Balneario “Anchorena”. Ya no existían aquellos recreos de antaño que me volvían loca con el olor a parrilla en las que nunca me compraban algo. Reconocí algunos árboles que se erguían frondosos en su adultez. Todo había cambiado menos el muelle sobreviviente estoico de los embates de ese maravilloso río color tierra. Me acerqué a la orilla. El río dejaba al descubierto en su bajante grandes rocas, muchas ubicadas en los lugares que aún reconocía.

“Un hombre y una niña caminan hacia el agua sorteando las rocas con seguridad, ya no hacen pié, nadan uno junto al otro sin separarse. A la sombra de un sauce una mujer no los pierde de vista” Vi la imagen nítida, clara.

Un tren diferente anunció su paso, pocos vagones de moderno diseño. Me dirigí a la estación, era la misma, guardaba el encanto de su arquitectura ahora pintada, prolija, sólo que otro nombre había sido reemplazado por el de “Anchorena” se leía “Estación Tango” no supe por qué. Me senté en un banco, me comí la manzana mientras los recuerdos se subieron al tren, a los domingos de hace tantos años, al despertar temprano, a la vuelta al mediodía, al escozor del sol en la tersa piel de la niñez, al almuerzo frugal, a la siesta obligada.
Miré el río con un poco de pena, no era el mismo de antes, no habíamos sabido resguardarlo pero aún llevaba consigo una parte de mi historia. Remonté la barranca de vuelta, el paso ya no era tan ligero.
La nostalgia, los años, la pendiente tenían mucho que ver.
Sonreí haciendo un análisis de la mañana. Había cumplido, sin proponérmelo, varios mandatos inamovibles dictaminados por mi padre, en mi primera juventud: “la mañana es la mejor hora del día”; “las horas que se duermen antes de las 12 valen el doble”; “leer en la cama hace mal a la vista”;”una manzana por día, salud para toda la vida”.



© Erica Schworer

® Birlibirloque

No hay comentarios: