Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Felices Fiestas






                                                        De julio a diciembre
                                                        el tiempo
                                                        ha jugado
                                                        con trampas.
                                                        Ineludibles trampas
                                                        de la vida.
                                                        Seguimos reunidas
                                                        unidas
                                                        amigas.
                                                        Por el placer
                                                       de estar Juntas.
                                                       Abrazos para todos
                                                       y nuestro mejor deseo:
                                                       ¡Felices Fiestas!

                                                     Birlibirloqueras

jueves, 20 de junio de 2013

A ella le llueven flores


 
 
 
Prefiero empezar por el final.

Abre  la puerta de la “casa hongo” como siempre con una sonrisa y un beso lleno de amor.
Las flores se pegaron al vestido y son rosas, margaritas, verdes hojas .La sonrisa  es amor de amiga hermana, las manos son suaves pétalos que acarician mi cara.
Sus ojos dicen que primero fue hija después joven deseada, amada, después la dicha de ser  mamá abuela; es capaz de cobijar una  callejera, que le regala una cesta llena de gatos, los ama tanto como a la caja llena de botones  de la siempre recordada mamá.  Ella es así, llora a la enamorada del muro, ríe con las ocurrencias de Lidia, se pone triste con el dolor de otro.

Pasa la vida. Sin querer le llueven flores, con nombre de hijos, nietos, amigas.

La escalera se viste de fiesta, de letras, B-I-E N-V-E-N- I-D-A en colores, esperan entusiastas las pisadas juguetonas de los nietos, y el corazón prepara  besos y mimos, escondidos en el alma.

 

©Remedios Pernas        
2 / 3 / 2013
® Birlibirloque

Un beso de amor perdido en el tiempo





 Pasa ligera desde el fondo de los años, descalza, con su vestidito blanco corriendo detrás del heladero en medio de la siesta, bajo el sol ardiente de enero. Aun puedo percibir el olor a flores de laurel de su pelo y a polvo que levantan sus pies por la calle de tierra
Todo su cuerpo tiene el color caliente del verano cuando vuelve con su helado y se sienta bajo el ligustro en el borde de la vereda, la brisa que mueve las ramas le llena el pelo de flores. Es la imagen perfecta de la felicidad.
En mi corazón será siempre esa niña que echa barquitos de madera en la corriente del río y los sigue chapoteado por la orilla con su mallita blanca y el pelo rubio al viento ante la mirada atenta del padre que la observa bajo el sombrero de paja mientras dibuja mandalas en el aire con la línea de pescar.
Niña que canta en el laurel en flor, que habla con los duendes y las hadas y se rasga los vestidos al bajar presurosa si la llaman a comer. Que rendida a la noche  duerme tranquila con una sonrisa después de escuchar un cuento y decir el Padre Nuestro. Sueña que va por los aires, su figura ligera atraviesa el tiempo y en otro tiempo, otro lugar, otra casa, se acerca y cubre amorosamente la espalda de la anciana que sueña que es niña y que su madre la arropa después de besar su frente y decir sus oraciones.

 

 
© Myrta Zweifel  
® Birlibirloque

El jardinero busca su camino






Buscando el camino principal, el jardinero, tomaba senderos que una y otra vez convergían
en un lugar sin salida.
Un bosquecillo cerrado y compacto de árboles cuya especie desconocía, le impedía el paso.
Con desaliento levantó la mirada descubriendo  una bandada de pájaros, recordó que los pájaros azules migraban en esa época del año. Cambió el rumbo confiando en ellos, y al cabo encontró el camino.
Era largo y serpenteante. Tenía la sensación que no era él que caminaba, sino que el camino lo llevaba en un sueño envuelto como una gasa.
Tras él, pasos o roces en la tierra del camino alteraba la calma del instante leve y placentero.
Empecinado en mantener los ojos abiertos. Imposible. Nunca habían caminado sus pies sin
la ayuda de sus ojos.
Los pasos tras de él parecían ir decreciendo. Con gran esfuerzo  abrió el ojo derecho, siempre fue el más obediente. Un aroma penetrante a pinos, le entró por la nariz y obligó
al ojo izquierdo a levantar el párpado rebelde.
Con los ojos muy grandes pudo verificar que estaban en un claro del bosque, con un silencio sepulcral en un gran espacio circular, invadido por una multitud de árboles que llegaban, se detenían, expectantes en un murmullo quejoso.
Al jardinero cavilador, le vino a la memoria el recuerdo más triste de su niñez, los preparativos de la guerra.
Observaba en silencio, estremecido.
Un árbol grandísimo parecía liderar no ya una pandilla  de jóvenes díscolos, sino un regi-
Miento de añosos y robustos especimenes.
El viento aullaba y al momento las lamentaciones de los habitantes del bosque se oían por
doquier.
No hubo árbol que prestara atención a la palabra conciliadora del jardinero. No lo tomaban
en cuenta. Buscó un silbato  en su morral que interrumpió el murmullo verde.
Gritó : Silencio, silencio, calma, deben dialogar…
El viejo árbol que comandaba la rebelión infló el tronco, y con potente vozarrón amenazó
con venganzas a los hombres que los atacaban. No ya a los que dibujaban y herían su
corteza, sino a los vándalos que encendían fuego cerca de ellos, provocando incendios y
exterminio.
Aunque resulte difícil de creer, los árboles, que sí tienen alma, sueñan y cavilan como los
jardineros, determinaron un plan de traslados.
El objetivo es marchar hacia el sur. Lo hacen por la noche, días nublados o lluviosos para
evitar ser descubiertos.
No hay certezas que puedan lograrlo.
Los conductores de camiones que transitan las rutas, y además les gusta hablar de OVNIS.
Delirar que los llevaron a otra galaxia, en pocas palabras son demasiado charlatanes, cuentan que a menudo ven árboles desfilando por las rutas, unos lentos, otros veloces, con las raíces rotas o heridas.
El jardinero sabe que la madre tierra  los espera con su inmensidad generosa.
La Patagonia invita a cavilar este  verde, verde, sueño…

 

© Lidia A. González

® Birlibirloque


Barrer las hojas


             

                


 

                   Barro las hojas caídas                                                   

                   desperdigadas por el suelo                                             

                   Amontono                                                                       

                   amaneceres de primavera                                              

                   sombras de verano                                                         

                   noches de otoño                                                            

                  dentro de mi almanaque                                               
                 
                 van cayendo todas las estaciones. 


              
© Erica Schwörer

® Birlibirloque

                         

Viví allí


 

 

Terreno pedregoso, caminos duros entre montañas
Ovejas paciendo en las laderas
Casas blancas de dos o tres plantas con patios descubiertos, con enredaderas que la brisa mece, con vientos con olor a hierba.
Pueblo con una calle ancha colina arriba, con callejuelas a ambos lados
Viví allí. Donde todos se conocen fisgonean y critican duramente. Donde el aburrimiento y el conocimiento que de mí tenían, los movió a perseguirme, a la vuelta del mercado.
Donde se produjo ese bochorno, empujones, insultos, manzanas por el suelo de tierra apisonada, risotadas.
Donde lo conocí. Alto, lindo, mirada penetrante, conminado a sumarse a este ataque despiadado.
Viví allí, donde tomó una manzana, se la puso en la mano, me miró y le dijo: “Dale duro, si realmente estás limpio y puro” y así les disipó el valor y les arruinó la diversión.
Donde junté las manzanas y rogué que el suelo me tragara.
Donde sin embargo, no me separé más de él, porque era fuerte, atractivo, seguro de lo que quería decir, y de la huella que quería dejar.
Y como tantos otros, viví allí, para asistir, acompañar y aprender a su lado.
Viví allí. Eran épocas de tiranía, donde pensar, soñar, decir eran un insulto, una irreverencia que debía ser castigada con el cuerpo miserablemente expuesto, desnudo y torturado.
Pronto este hombre sencillo que trabajaba en el taller de su padre, por sus actos y sus dichos fue conocido, sentido como gran amenaza que debía ser callada.
Viví allí donde el poder lo persiguió, lo capturó.
Después llegó la humillación, la tortura, la agonía.
Cuando murió seguí viviendo allí, porque creí encontrarlo en el terreno pedregoso, en los caminos duros entre montañas, en las enredaderas de florcitas blancas, en el suelo de tierra apisonada, en el odre compartido y en el olor a pan recién horneado.
Luego, dejé de vivir allí. Quise conocer gente, contar sus sueños, su palabra, su vida. En oro escribirlo para que el mundo como yo lo conociera y amara.

Y para muchos la historia comenzó allí.
Allí, donde yo viví.
Donde él vivió y murió
Donde comenzó su revolución.

 

©Irma Acuña

® Birlibirloque

Mi paraguas y yo


 
 
Tenía un paraguas acomplejado. Siempre preguntaba por qué tenía que salir cuando estaba lloviendo.
Le expliqué siempre. Pero él insistía en sus preguntas, cada vez más frecuentes.
Lo saqué al balcón y lo dejé abierto boca arriba a pleno sol, en esos días de 36 grados a la sombra. Se lo veía tan feliz, que lo dejé. Por la noche escuché que golpeaba el vidrio muy despacito.
Salí pensando que se había insolado y me encontré con un paraguas diferente, creí que no era el mío, me confirmó que sí.
Tenía sed. Bebió tanta agua que quedó lleno hasta el borde. Me tranquilizó con movimientos casi de danza árabe.
Esa noche no dormí y me asomé al balcón cientos de veces.
Había cambiado de color o era la luna que lo alumbraba y se veía diferente. Dormí soñando que mi paraguas estaba lleno de sol y me despertaba con la habitación radiante de amarillo.
Al amanecer lo vi. Arcoíris hecho paraguas. Sin agua y luminoso.
No quiso estar más al sol.
Está en el paragüero. A veces lo escucho cantar.
Cuando llueve es el primero que llega a la puerta, en el ascensor casi no puedo contenerlo.
En la calle es un príncipe, delicado, no molesta.
Todos nos miran. Sí, nos miran. Porque mi paraguas parece una farola. Se le quedó el sol en  la panza, como dice él.

 

© Cecilia Ortiz
® Birlibirloque

martes, 19 de febrero de 2013

Nuestras voces


La publicación tardó, estuvo en proceso, estuvimos en proceso, estuvimos con nuestro sentimiento envuelto en lazos, diferentes lazos, que van entrelazando la vida. Y des entrelazando, también.
Nos tomamos tiempo para asimilar los sucesos.
La flor sobre el piano sería nuestra manera de decir indirectamente la estapa que comenzamos.
Otra melodía.
Siempre.
Por el placer de estar juntas.

Abrazo para cada uno.

Birlibirloqueras.

A casi un año del nacimiento de nuestro libro (salió de imprenta el 29 de febrero de 2012)

Siempre la sangre











 Odiaba la siesta interminable, cansada de leer historietas, me había inventado otra diversión.  Cuando los mayores dormían bajaba descalza la escalera de mármol gastada por el paso de aquellos que la habían pisado a través de tantos años.

Parada en el umbral de la puerta semioculta esperaba el paso del tranvía, en medio de un estruendo que hacía temblar las ventanas del primer piso,  Le daba diez metros de ventaja y después corría detrás de él cuatro cuadras,  con el pelo al viento, los pies ligeros sobre las vías y los adoquines hirvientes hasta llegar a la esquina  donde doblaba y tomaba velocidad.  El guarda iracundo me amenazaba con el brazo en alto harto de mí, de esa persecución diaria, de mis morisquetas y de mi risa burlona.
Finalizada la carrera regresaba por la calle desierta, alegre, jadeante, imprimiendo manchas de grasa y de aceite en la vereda.
Un día me corté un dedo con una piedrita, volví caminando con el talón y fui dejando por la blanca escalera,  delatores hilitos de sangre
Desde ese día la puerta de calle permaneció con llave a la hora de la siesta.

Acodada en el balcón del primer piso lo veía venir, rojo dragón, con el número 12 pegado en la frente, echando chispas en los rieles, la cola enganchada en el cable y oía la campanilla burlona que el guarda hacía sonar al pasar frente a mi casa.

 

                                                                            

 

©Myrta Zweifel
® Birlibirloque

007 descubierto


 

 







Claro que nada se ha dicho pero lo descubrí.
Aparentemente el tipo dejó atrás su Escocia natal, su fama, los sets de filmación y sus numerosos títulos y premios.
El  “knight Bachelor” dado por la reina Isabel, el Oscar, y los títulos de “el hombre vivo más sexy” y “el hombre más sexy del siglo”.
No sé el motivo, porque no ando por la vida investigando historias, sino que ellas vienen a mí. No lo asedio, no lo inoportuno, pero a decir verdad me lo cruzo. Entra y sale de los bancos. Pasea su elegancia por Maipú.
Se esconde de la mirada insistente de las personas en un estacionamiento de Félix de Amador frente a la estación Mitre.
Disimula, quiere ser anónimo, pero conmigo fracasó.

De todos modos su secreto está a resguardo.

 

© Irma Acuña

® Birlibirloque


La soledad con faroles



 




 

Paisajes del alma, las calles angostas, iglesias y conventos acompañan mi paso desganado a la escuela.
Las calles entraban  en la plaza de la catedral,  yo la cruzaba, por la mañana  para ir a la escuela, cuando las campanas de la catedral tocaban ocho campanadas era señal que llegaba tarde, mis cortas pisadas emprendían una carrera  por el cantón y desembocaba en la calle afilada y fría, sin advertir el oscuro callejón sin faroles.
Atravesaba  la calle comercial con mercerías y boticas, una relojería, y un bar donde tomaban café con tarta unos señores que yo no conocía.  Con la maleta en la mano llegaba a la pequeña escuela, en la que aprendí, sin interés mis primeras letras.
Por la tarde hacia el mismo camino, me detenía distraída  escuchado al mago Merlin, vestido con la túnica negra y el inconfundible gorro de mago, divertía a chicos y ocasionales turistas, maravillados con los fantásticos relatos  que el aseguraba haber vivido.

Me intrigaba sobremanera conocer el callejón oscuro.

Una tarde de verano, cuando regresaba a casa me detuve en la entrada del callejón sin faroles, miré a mí alrededor, estaba sola y avancé con miedo y curiosidad.
Alcancé a caminar unos pasos por el callejón, vi casas viejas, abandonadas, las piedras del camino gastadas separadas por hierbas salpicadas de sol, mis pasos indecisos se detenían por momentos.
Seguí curiosa avanzando por la oscuridad, hasta que escuché unos gemidos, no alcancé a reconocer si eran de un animal o quizás de alguna alma en pena, (como solía contar mi abuela)
Sentí que las piernas se aflojaban, la distancia recorrida me parecía larguísima, busqué desesperada la salida.
Llegué a casa muy asustada, no conté mi pequeña aventura.
Esa noche me pasé a la cama de mi hermana temblando de miedo, la abracé mientras escuchaba sus quejas, en silencio recé el padrenuestro, y me quedé dormida.

Al otro día recordaba la aventura como si fuera un sueño, lo vi a Merlín contando aventuras, miré de reojo el oscuro callejón, y seguí el camino a la escuela.

                                                                     

© Remedios Pernas   16 / 8 / 12

® Birlibirloque

Para M. Elsa


 
 
 
 
 
 
Te conocí tarde, en el ocaso de la vida.
Nos unían ideas y circunstancias.
No fue posible que
esa amistad fuera más profunda.

Amabas a los humanos
y a los animales con el mismo fervor,

Y eras más libre que el viento…

No obedeciste consigna alguna.

Tus poemas eran fruto maduro y verde,
pintados con rayos de sol
y hasta se podían oler las rosas que describías…

Diste el paso al costado,
con la serenidad de siempre,
el exótico sombrerito enmarcando tu bello rostro.

Así,
tus compañeras
hemos de recordarte con el libro bajo el brazo,
y  tu fiel perro, detrás.

 

          
© Lidia A.González

® Birlibirloque

Un ser precioso





Llegaste con la tarde
como un tibio soplo que venía desde el río
atravesando las calles cubiertas de flores

el jacarandá agitó sus ramas
                      te adornó con sus brillantes azules

la tipa con el viento desprendió flores color sol
                     que lentas se posaban sobre tu sombrerito

los tilos te envolvían  con su intenso perfume

los jardines que tanto te conocen
                    te muestran orgullosos los retoños
                    mientras cantan en coro tu nombre

 te recibió mi patio
                   en su centro
                            en él está grabada tu sonrisa, tu andar sereno,
                                             tu melancólica mirada

 esperamos juntas la salida de la primera estrella
partiste con la brisa de la noche
y dejaste una flor azul que cayó de tu pelo.

              La guardé entre las hojas de nuestro libro.

             
® Erica  Schwörer
27/11/2012
© Birlibirloque

 

Mis tardes con María Elsa








 

María Elsa, es enfermera jubilada, es un ángel de ébano, está internada en la sala de cuidados intensivos del Sanatorio Güemes.
Hemos pasado muchas tardes juntas, en el taller de escritura, desde hace más de diez años.
No sé cómo han pasado los años. Ella, siempre con la misma sonrisa, nunca un papel ordenado, siempre buscando en su bolso los cuadernos que se desarman de tanto andar junto a ella.
Siempre cuenta historias, hermosas historias, o alguna vez se entrega con un poema,
un poema hecho por ella. Muchas veces contando las pequeñas historias de sus pacientes
pequeños cuando era enfermera y trataba niños con enfermedades terminales.
En el Hospital de Clínicas y en el Hospital de Niños. Los dos en la ciudad, insensible y
enorme que es Buenos Aires.

Ahora mis tardes con ella son diferentes, dos jueves seguidos, desde que supe que está
internada. Y otros dos no tan juntos.


 Voy a verla, entro sonriendo y ella está de viaje por las nubes o las estrellas, reuniendo flores en los jardines invisibles.
Hablo y hablo y hablo. Le hablo. Le cuento del taller, le digo que Coco, su perro,
está afuera esperando que alguien se descuide para entrar, que las chicas, las birlis
(el grupo se llama Birlibirloque) le envían besos y abrazos, que todas la queremos
mucho y que la extrañamos, y que me tocó a mi en suerte, ir a visitarla.

Eso, el primer jueves.
El segundo jueves, la visita es distinta, llevo el libro Aún no está todo dicho,
que publicamos entre todas, para leerle sus cuentos y poemas.
(Esto me lo sugirió Irma que es otra birlibirloquera, psicóloga de pacientes terminales).
Y leo  en voz alta, tocando su frente cada tanto, rozando su hombro, haciendo un pellizco
en la nariz.

También leo un texto de cada birli. Ninguna señal de nada. Las flores en los jardines
invisibles la tienen atrapada.

Le cuento las enfermeras la historia de María Elsa enfermera, abuela, escritora, amiga,
solidaria.

Dejo el libro sobre la mesita y siento que estamos todas juntas, como cuando
trabajamos en el taller o cuando festejamos algún cumpleaños o simplemente festejamos.
Y le digo que lo dejo a su lado y que todas estamos ahí. Recién tomo conciencia que he salido cuando me desplomé en un taxi rumbo a mi curso.


 Otro jueves que leo, sin que se note ningún cambio en los monitores, sensibles a cualquier modificación, sea de dónde sea. Las enfermeras me señalan el libro y dicen que lo deje en la mesita, que allí está, y estará. Por el pasillo hacia la salida me parece oír que me llaman. Regreso. Nadie me ha llamado. Una enfermera me acompaña hasta la puerta. Ya se ha pasado la hora de visita.
El taxista me mira y pregunta: se siente bien?
No sé cómo me siento.
Y hablo de mis visitas, de mi amiga, de su vida. El chofer dice que lo que le cuento le hace sentir que la vida es diferente. No comprendo bien. Me explica. Cuando bajo me dice que el viaje es un regalo. Como el regalo que le hice yo. No, le digo, usted está trabajando. El trabajo no se regala.

 Han pasado tres jueves. La espera es larga, hay una emergencia y queda poco tiempo para la visita. María Elsa está bellísima. El cabello blanco rodea su rostro moreno. Plácida. Le digo que deje de buscar flores en los jardines que están lejos.
Leo, otra vez leo. Sus poemas. El tiempo no da para más.
Le digo que el libro está sobre la mesita, como siempre.  
Y allí me quedo dentro del libro y junto a ella. Y así seguiré hasta que nos encontremos
y  podamos mirarnos a los ojos y seamos pura sonrisa en el abrazo.


 

© Cecilia Ortiz

® Birlibirloque