Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Reunión fin de año 2007

Cada momento es especial.

Myrta, lee el poema "Gente", de Hamlet Lima Quintana (poeta argentino).

Comenzó diciendo: Cuando publiqué mi libro "Que lejos ha quedado el cielo", creí que había perdido mi cielo. Lo recuperé con ustedes. Les dedico el poema.

No hay palabras que puedan describir emociones.

Hay Gente... así... tan necesaria.

Ocho abrazos birlibirloqueros para los que visitan nuestra revista.

(Camarógrafa: Irma Acuña)

viernes, 19 de septiembre de 2008

Sanando el pasado






Movido por un sentimiento nuevo en mí, surgido tal vez, por la madurez y la responsabilidad impuesta abruptamente y por la curiosidad de saber adonde mi cobardía de juventud acorraló a aquella exótica y bella mujer, la fui a ver.
Caminé a los suburbios del pueblo y fui a dar a una precaria casita rodeada de jardín, golpeé y sin asomarse siquiera contestó secamente:
- ¿Que querés? ¿Qué andas buscando?
-Vengo a ver a Zoe-, contesté titubeando, dándome cuenta que no había ensayado una excusa.
- ¿Para qué?- inquirió la voz.
- Quiero comunicarme con mi padre.
- Entrá, dejá 100 pesos sobre la mesa y sentate-, dijo con un tono de voz firme y resuelto.
Adentro había velas en cada rincón, lo que le deba un aspecto esotérico, un bracero en el suelo que daba calor y olor a carbón, las paredes precarias cubiertas con telas, había dos asientos, uno que entendí sería de ella, preparado como un trono, alto, cubierto con telas que brillaban, cómodo. El otro una silla rústica y pequeña, ahí me senté y esperé que apareciera.
Pensaba como se había desencadenado todo. Éramos muy jóvenes, ella vendía flores en el cementerio, café y maníes a la salida del cine, alfajores de maicena y helados en la puerta de la escuela.
Ella era todo movimiento, su cuerpo de junco, sus motas negras pegadas a la cabeza, sus aros de oro resplandecían como sus dientes en una boca enorme y sonriente que pintaba de rojo, aunque en aquel tiempo mis camaradas y yo no reparábamos en esos detalles precisamente. Eran tan fuertes nuestras fantasías que empezamos a hablar y a contar historias que no fueron, fantásticas y exageradas, poniendo en ella todos nuestros propios deseos.
Zoe ajena a nuestros rumores que fue cubriéndolo todo como una bruma espesa, siguió con su vida hasta que el pueblo se inquietó por esa mujer que con sus cafés, alfajores y helados contaminados con brebajes demoníacos, corrompía y perturbaba a los jóvenes del pueblo.
Así ,la ignorancia la convirtió en un animal exótico, supersexual, lujurioso demoníaco y corruptor que hizo que Zoe volviera a su casa de la periferia con los termos llenos de café, las flores marchitas, los maníes sin vender, los helados derretidos, los bolsillos vacíos, las miradas despectivas en su nuca, envuelta en un cuchicheo incesante.
Y dejamos de verla, aunque los rumores seguían, siempre había alguien a quien se le aparecía en la noche y era victima de un ataque sexual que al otro día contaba con lujos de detalles, dejándonos curiosos y ardientes. Las damas del pueblo con mi madre a la cabeza la defenestraron en sus reuniones de canasta y té, adjudicándole poderes extraordinarios y la convirtieron en un mito, le temían.
Un día escuché a mi madre decirle a sus amigas que Zoe se le apareció en la noche a mi padre mientras él regresaba del bar, y en una calle oscura y silenciosa lo atacó como un animal en celo dejándolo tirado en el piso inconsciente, y que por pudor no quiso hacer la denuncia a la policía.
Crecí con esas historias, que maliciosamente había comenzado yo por error, por cobarde, por estúpido.
Hoy estoy aquí, en su casa, con una excusa para saber de ella. Un gato negro me inspecciona rozándome su cuerpo y su cola por las piernas. El tiempo ha pasado, ya no soy un adolescente, mi padre ha muerto hace dos años, y yo debo mantener la casa.
Zoe también ha cambiado, ya no tiene esa enorme sonrisa. Sus ojos siguen siendo enormes pero serios, ha usado ese misticismo, esos poderes que le adjudicaron para sobrevivir y ahora envuelta en una capa de seda que cubre todo su cuerpo se presenta ante mí. Con sus dedos flacos y ágiles toma el dinero y lo guarda entre su ropaje.
-¿Qué querés saber?
Y yo no sé que decir.
-Él está aquí-, me dice con una seguridad que me conmueve.
-Está a tu lado, puedo verlo, rubio, de traje, te mira, te sonríe.
Y yo, que entré a esa casa sabiendo que esto es una farsa, me emociono y lloro sin vergüenza como un niño.
-Perdón- digo entre sollozos.
Zoe imperturbable cerrando los ojos dice:Los hijos no deben cargar con los pecados de los padres.
No entiendo que me dice pero me levanto conmovido, salgo de la humilde casa, el gato se me atraviesa y me demora un instante.
Zoe me dice monocorde: Podés venir cuando quieras.
-Así lo haré-, respondo secándome la cara.
En el jardín de entrada a la casa juega un pequeño niño negro de unos tres años, con los mismos ojos gigantes de Zoe, con la boca carnosa de su raza, con la alegría despreocupada de su edad. Y yo aturdido, le digo chau y acaricio sus pequeñas motas rubias.




© IRMA ACUÑA
Julio 07

® Birlibirloque

Cuento antiguo





... Era ese instante en que los relojes se deslizan por la chimeneas y los jinetes galopan en cabalgaduras de pasión. La luz que iluminaba la sala provenía de una olvidada vela encendida. En el sillón del rincón dormitaba la sombra del dueño de casa.
... De pronto la vela titubeó, pero se pudo distinguir cómo los personajes del cuadro que colgaba sobre la chimenea, se bajaban suavemente del paisaje y deambulaban inspeccionando la sala.
-¡Es como salir de un espejo! –se reía el niño de la pintura, mientras se sentaba al lado de la sombra. Esta no se despertó y eso le dio confianza.
La joven que bajó con él tenía una canasta con flores que iba amontonando en los rincones.
-Es para perfumar los recuerdos –decía, mientras cantaba suavemente una melodía de opereta.
El perro del cuadro fue el último en bajar. Quizás era, a pesar de su gran porte, algo tímido o estaba más entumecido por el largo tiempo que había permanecido en la misma posición de juego. El pelo rojizo con manchas blancas tardó en cobrar movimientos esponjosos.
Jugaban en la sala cada cual a su manera, con aire de conspiración y mucho de trasgresión.
El cuadro que aún colgaba con su marco dorado y de firuletes se veía ahora sólo habitado por pastos, árboles y nubes. Y por la magia del pintor seguía siendo interesante.
Pasó algún tiempo ¡quién sabe!, quizá sólo un instante, cuando uno de los relojes comenzó a dar campanadas agudas, como notas de un triángulo.
Un viento empezó a filtrarse por las rendijas de las puertas y ahí dentro se produjo un vendaval del cual era imposible escapar. Las figuras del cuadro se fueron desintegrando en pequeños trozos y algunos hasta cambiaron de color.
Cuando el viento cesó, todas esas formitas que nadaban por el aire cayeron con suavidad, despacio, sobre la alfombra. La transformaron en una alfombra oriental, tal era la disposición en que cayeron las sonrisas, el ojo avizor del perro, las flores de la muchacha, la tela de los ropajes.
Habían perdido su identidad.
Los ojos miraban desconcertados lo que había sucedido pero ahora no se podían mover.
... Cuando se hizo de día, escucharon los pasos presurosos de la mucama de la casa, en sus quehaceres. La vieron aparecer con un aparato ruidoso en la mano. De pronto otro aire, muy potente los arrancó del sopor y los metió sin más en una bolsa llena de polvo que fue desechada a los cinco minutos junto con otros desperdicios en un gran tacho.
La alfombra volvió a verse roja y lisa. El cuadro seguía solitario.
Ni sombra de la sombra.

© Carolina Menapace
10-03-06
® Birlibirloque


Río de nostalgia








Era domingo. Me desperté temprano. La claridad del día penetraba por la ventana. Un cielo azul, despejado prometía una mañana espléndida. Después del desayuno me puse un jogging y unas zapatillas, guardé una manzana en el bolsillo y salí a caminar. La necesidad de ver el río me llevó barranca abajo disfrutando del silencio que a esa hora aún reinaba en las calles dormidas del barrio. Una energía inusual invadía mi cuerpo. Me alegró haberme dormido temprano la noche anterior, descartando la lectura en la cama, que sin remedio me conducía a dormirme pasadas las 12 de la noche.
A lo lejos, en el horizonte, una línea tenue separaba el cielo del río. Apuré el paso fácil, cuesta abajo. A mi derecha una interminable reja se apoyaba sobre un sólido muro que se extendía a lo largo de varias cuadras hasta desembocar en las vías del ferrocarril. Mientras caminaba intenté ver como en aquellos años que había detrás de la verja. Había pasado mucho tiempo. La vegetación era ahora más tupida, no vi como antes la mansión. Sólo atiné a visualizar algunas partes como un rompecabezas, el resto de las piezas logró colocarlas el prodigio de la memoria… y otra vez la incógnita ¿quién vivía en ese palacio? Pasando las vías del tren casi como una continuación de la calle comenzaba lo que fuera en esa época el Balneario “Anchorena”. Ya no existían aquellos recreos de antaño que me volvían loca con el olor a parrilla en las que nunca me compraban algo. Reconocí algunos árboles que se erguían frondosos en su adultez. Todo había cambiado menos el muelle sobreviviente estoico de los embates de ese maravilloso río color tierra. Me acerqué a la orilla. El río dejaba al descubierto en su bajante grandes rocas, muchas ubicadas en los lugares que aún reconocía.

“Un hombre y una niña caminan hacia el agua sorteando las rocas con seguridad, ya no hacen pié, nadan uno junto al otro sin separarse. A la sombra de un sauce una mujer no los pierde de vista” Vi la imagen nítida, clara.

Un tren diferente anunció su paso, pocos vagones de moderno diseño. Me dirigí a la estación, era la misma, guardaba el encanto de su arquitectura ahora pintada, prolija, sólo que otro nombre había sido reemplazado por el de “Anchorena” se leía “Estación Tango” no supe por qué. Me senté en un banco, me comí la manzana mientras los recuerdos se subieron al tren, a los domingos de hace tantos años, al despertar temprano, a la vuelta al mediodía, al escozor del sol en la tersa piel de la niñez, al almuerzo frugal, a la siesta obligada.
Miré el río con un poco de pena, no era el mismo de antes, no habíamos sabido resguardarlo pero aún llevaba consigo una parte de mi historia. Remonté la barranca de vuelta, el paso ya no era tan ligero.
La nostalgia, los años, la pendiente tenían mucho que ver.
Sonreí haciendo un análisis de la mañana. Había cumplido, sin proponérmelo, varios mandatos inamovibles dictaminados por mi padre, en mi primera juventud: “la mañana es la mejor hora del día”; “las horas que se duermen antes de las 12 valen el doble”; “leer en la cama hace mal a la vista”;”una manzana por día, salud para toda la vida”.



© Erica Schworer

® Birlibirloque

Dios salve a la reina














Cuando abrí la puerta, vi tu rostro demacrado, ¿Qué te pasa? Nada, fue la respuesta para tranquilizarme, pero fue inútil mi preocupación seguiría a lo largo de los días, desdichados días de tu enfermedad.
Estabas sentado al piano como siempre, acompañado por lo que más querías, la música. ¡ No me mires así¡ tu voz sonó como una orden, las notas del piano brotaban con fuerza del talento de un grande, empezaste a cantar “Dios Salve a la Reina” ¿Te gusta? Como siempre esperabas mi aprobación, ¡Esto será inmortal¡ te respondí sin saber que así sería. De pronto te levantaste presuroso, corriste al baño, te seguí alarmado, te vi escupir sangre.
No es nada, no te preocupes­.
Hoy tenemos un recital, está todo vendido, mi comentario era para salir del momento preocupante, este recital será un éxito.
Volviste al piano, tu canto era un grito, yo no pensaba que era el principio del final.
Esa noche corriste sobre el escenario, los aplausos invadían el lugar abarrotado de público ansioso por escuchar tu inolvidable voz. La música los hizo bailar.
Los días pasaron y tu salud se deterioraba, el rostro demacrado, las fuerzas te abandonaban, cuando pasaste el portal, caíste al suelo.
Que rápido pasó todo, tu vida y la mía, los momentos de amistad, los cuadros que pintamos en el parque, tú siempre creando, diseñando los espléndidos trajes que lucías con glamour. La noticia de tu sufrimiento pronto corrió como agua en el río.
Hasta que llegó el día, triste día de tu partida.
Pero sigues inmortal,
¡ERES UN ICONO POR SIEMPRE FREDDY¡


© Remedios Pernas
22 / 3 / 08
® Birlibirloque

De cuando todo era en blanco y negro





Es una fotografía común, entre muchas otras, gente diversa que no parece tener un nexo entre sí.
Blanco y negro, casi sepia.
Mirando atentamente, cada uno de los integrantes, parecen estar actuando su papel, en un escenario y el personaje que llegarán a ser en el transcurrir del tiempo.
Un patio con una parra exuberante sobre las cabezas. Y el gesto congelado en el papel…
El padre, alto, bien erguido, con ropas de entrecasa, una boina blanca ladeada sobre su cabeza, aferradas las manos al caño de una escopeta.
La madre sonriendo con tristeza.
Una mujer joven, vestida como anciana.
La muchacha adolescente tomada del brazo del hombre con pose de diva.
Otra chica vestida de organdí, como de fiesta y con volados, seria, presintiendo los sufrimientos futuros.
Una niña pequeña levanta el ruedo de su vestidito con la mano izquierda, y con la derecha estrecha la mano de otra niña, que mira hacia el objetivo con el ceño fruncido.
La escenografía está muy cuidada. La jaula de los pájaros a un lado y entre las piernas de las chicas se adivina las patas del perro.
Hay además un pequeñito que da el clima perfecto. Con gesto serio y ojos cerrados toca su flauta, y la música es el bálsamo que cura las heridas que va abriendo la vida.


© Lidia A. González

® Birlibirloque



La victima propiciatoria









Durante la primera semana del mes, don Pérez salía a cobrar los alquileres de los negocios que poseía. Inútil era que sus inquilinos le suplicaran que volviese más adelante, él insistía con tozudez y si no conseguía su propósito, se paraba en la puerta del negocio y no se movía hasta que le pagaran.
Recorría a pie todo el pueblo haciendo las cobranzas.
- ¿Un vasito de vino?, don Pérez- le decían irónicamente cuando entraba al bar.
-Sólo un vaso de agua- replicaba sombrío.
Al llegar a su casa ponía a recalentar la olla de lentejas que le duraba varios días, le tiraba en el plato un cucharón al perro y le decía: Aquí tiene, suficiente por lo que hace.
Envolvía en papel de diario el dinero recaudado y se marchaba a depositarlo en el Banco Nación.

Vivía solo, los hijos se habían ido uno por uno al morir la madre, a él parecía no importarle mucho.
Con el dinero ahorrado se había comprado una casa en el pueblo y se retiró del campo dedicándose a comprar propiedades que se remataban y que luego ponía en alquiler.

Contrató a un matrimonio de medieros a los que explotaba miserablemente sacándoles más de la mitad de lo que cosechaba y de los chasinados que elaboraban, sin importarles que las sequías les dejaran apenas lo suficiente para subsistir.
Don Pérez se pasaba el día mirando el cielo y ante cualquier amago de tormenta se subía a la chatita y se dirigía a la chacra con intenciones de incendiar los pastizales resecos para que después de la lluvia el pasto brotase mejor.
-¡No haga eso don Roque!- le decía el peón- Cada vez que usted quema los yuyos la tierra se empobrece aún más.
-Pero hombre ¿qué sabe usted?- observaba el cielo con la caja de fósforos en la mano.

Aquella tarde parecía que la amenaza de lluvia se haría realidad, hacia un año que no llovía, sordos truenos hacían temblar la tierra, nubes cargadas de agua cruzaban el cielo, relámpagos celestes seguidos por el chasquido del rayo iluminaban todo, ordenó ensillar el tordillo y a pesar de las suplicas del peón que le decía ” Espere que llegue el Agustín que es más joven” montó y se alejó hacia el sector más alejado del campo. Dejó por precaución el caballo sin atar, con las riendas sueltas bajo un árbol y comenzó a hacer un frente de fuego, los pastizales resecos ardían al instante y él marchaba agachado con la caja de fósforos en mano. La quemazón avanzaba por un costado del campo como él quería, entusiasmado no advirtió que el viento estaba cambiando y ahora soplaba con furia para el lado del potrero, de repente lo vio levantarse y avanzar como una ola gigante, afligido rogaba que se extinguiese antes de llegar a los alambrados y no le quemase los postes y las varillas.
Un remolino de llamas subió al cielo y el viento comenzó a soplar del este trayendo las llamas hambrientas hacia donde estaba él. Echó a correr en la misma dirección en que lo pondría a salvo.
El caballo había huido despavorido y las riendas flameaban a su costado haciéndolo tropezar. Le faltaban como doscientos metros, corría tropezando y levantándose sin pensamiento alguno, más que las ansias desesperadas de llegar al camino. Las llamas lo perseguían bramando, queriendo darle alcance. El incendio se había vuelto incontrolable y daba miedo verlo devorar el pasto reseco, lenguas de fuego impulsadas por el viento rugían, giraban de un lado a otro y se extendían entre remolinos de humo calcinando todo lo que hallaban a su paso, el chilcal, los aromos, el espinillo. Las cañitas de los yuyos explotaban y volaban como flechas, saltando zanjas propagando a derecha e izquierda las llamas que se elevaban, jadeaban, parecían tomas aliento, daban voces dejando a su paso arbustos calcinados y palmeras que ardían como teas.
Los puesteros corrían espantados pero el fuego había ganado el borde del potrero y cruzó como una tromba para detenerse y morir al pie de los chiqueros, justo en el linde del patio. Llegaron junto al infeliz que no había alcanzado a cruzar el alambrado. Lo hallaron con un pie en el segundo hilo, listo para saltar, las manos crispadas sobre la última hilera, sin barba ni pelo, las alpargatas humeando y la ropa ardiendo todavía, la boca abierta en un postrero grito de terror.
Se hizo un silencio absoluto y cuando aún flotaba en el aire el olor a pasto quemado, el día se hizo noche y truenos amenazantes hicieron temblar la tierra, refucilos rojizos zigzagueaban en el horizonte y rayos que parecían desgajar el cielo llenaban el ambiente con un olor a pólvora quemada.
Grandes gotas comenzaron a caer sobre el campo levantando columnas de humo, lerdas y pesadas hasta que se convirtieron en una densa cortina de agua.


© Myrta Zweifel

® Birlibirloque

Despierto







(cliquee sobre imagen para ver)

(Diseño imagen - Milagro Haack- Valencia - Venezuela)



© Cecilia Ortiz
® Birlibirloque

viernes, 5 de septiembre de 2008

Ángulo recto




Aunque helara o hubiese un sol que partiera la tierra, el viejo marchaba rumbo a las quintas con sus herramientas en una bolsa de arpillera, a carpir, a podar los rosales y hacerles un cono perfecto de tierra alrededor del tronco. Iba siempre a pie porque le era imposible ascender al colectivo debido a una deformidad de la columna que lo mantenía doblado a partir de la cintura.
Calzaba zapatos que una vez debieron ser marrones, no usaba medias, sujetaba sus pantalones arratonados con un pedazo de cuerda. Carpía y lloraba, secándose continuamente los ojos con un trapo mugriento, ya que su posición forzada le había provocado la caída del párpado inferior, lo que hacia que las lagrimas que bañan habitualmente la cornea no pudieran deslizarse por el conducto lagrimal y cayeran al suelo.
Vivía con dos viejas malvadas que le pegaban todos los días por cualquier motivo. Si volcaba la sopa ¡palos!, si traía poco dinero o si no se hacia tiempo para arreglar el parque de la casa ruinosa que habitaban ¡palos!
-¡Puerco, chancho!- le gritaban mientras descargaban el cinto en su lomo. Él huía a la cochera donde dormía sobre un camastro con flejes que hacían un ruido infernal cuando trataba de acostarse, de levantar las piernas, acomodar la espalda para quedar tendido de lado y poder dormir.

Los hijos del vecino del fondo trepaban a una piedra y acodados en el tapial, espiaban como las brujas maltrataban al anciano. Cuando las veían en el patio tejiendo al sol las volvían locas a hondazos y las viejas gritaban como gallinas maldiciendo y mirando hacia todos lados para descargar luego con más saña golpes en la cabeza y espalda del infeliz que se atajaba con el antebrazo doblado.
Un día el viejo cortó el pasto con una guadaña y lo acercó hasta la boca de un pozo abandonado que tenía como única protección unas maderas cruzadas, retiró con dificultad los tirantes y fue tapando la boca con ramas secas hasta cubrirla por completo; con el rastrillo desparramó el pasto cortado sobre las ramas y lo dejó parejo como el resto del césped. Hecho lo cual guardó sus herramientas y se fue caminando trabajosamente con la bolsa al hombro apoyado en su bastón.
Los chicos habían advertido su maniobra, porque estaban esperando que se alejara para saltar a sacar mandarinas. Conocían muy bien el pozo, ya que el mismo viejo les había prevenido de él y sabían que era hondísimo y que tenía agua en el fondo, a veces tiraban en su interior piedritas o pedazos de ladrillo que al chocar en el fondo hacían un ¡placc! lejano y cavernoso.
No comprendieron el proceder del anciano hasta ver a las dos hermanas que venían desde la casa con sendas canastas en las manos, seguramente para cortar la fruta al advertir con alarma como las mandarinas iban desapareciendo. Casi sin aliento las miraban acercarse conversando en dirección al árbol sin sospechar nada, ya que los tablones se veían como siempre cruzados junto a unos yuyos.
De pronto entre un ruido de ramas rotas y unos chillidos desgarradores las vieron desaparecer entre el pasto esparcido, las arpías no pudieron desplegar sus alas, una se hundió de pie y la otra dio una voltereta en el aire y cayó de cabeza, exhibiendo sus calzones de frisa hasta las rodillas y medias blancas.
Temblando saltaron de la piedra y entraron a la casa, almorzaron en silencio tomando la sopa con mano temblorosa y se fueron a comer mandarinas sentados al sol escupiendo lejos las semillas sin decir una palabra.

© Myrta Zweifel


® Birlibirloque

28 de octubre de 2007


Día de elecciones - obligatorias-

Un derecho o un castigo que, como ciudadanos, en una época donde - como contaba Saramago en un relato bastante realista - “el derecho se murió hace siglos”.

Para ejercer, hay que ejercitar y elegir listas infinitas, con nombres poco conocidos o medianamente reconocidos. Esto hace que, como ciudadanos, andemos a la deriva de cola en cola, para hacer uso de algo que, sabemos, es como lanzar una botella con mensaje, al mar.
Siempre (y desde siempre) el acto electoral es de una connotación incierta. Votamos en las instituciones que se usan para la enseñanza. No hay estructuras o soportes para el más significativo de los actos democráticos que podemos ejercer.
Nuestros representantes sólo actúan como actores de un protagónico -personal- sin compromiso en la actuación
Estoy delante de un colegio en el suburbano. Gritos de protesta, en la muchedumbre que no dejan entrar. No son las ocho de la mañana. Mi reloj anuncia 13:30. Estoy desde antes de las 12 observando este panorama.
La gente entró. No sé que ocurrirá adentro. Lo imagino. Largas colas. Conversaciones descargando bronca, autoridades sin autoridad y las urnas llenándose de frustraciones y desgano.
¿Y la Patria? ¿Y la historia? ¿Y los intereses creados?
Son tantas inquietudes que no puedo responder.
Ni siquiera puedo expresar un buen deseo por mi país.
Siento que es desolador sentir esto. Trato de compensar mi sentimiento con alguna imagen. Veo gente caminando. El cielo algo nublado. Los árboles balanceando el follaje, verde luminoso. Los colectivos en loca carrera por llegar y volver a salir. Nada indica una señal tranquilizadora.
Mi celular trae los mensajes de texto de Pablo, que logró penetrar la zona temblorosa con sacudones en escala no registrable, de la puerta.
Ya está a punto de entrar a otra zona, - cuarto oscuro-
Vaya el nombrecito. En la oscuridad decidir el futuro gobierno.
Voto secreto. Tanteos en boca de urnas. Manoseo de libre elección: si no encontrás la boleta que querés, agarrá cualquiera (no está dicho pero es lo que surge).
¿Todo junto por el mismo precio?
No es un combo turístico, pero lo parece.
Vamos a viajar desde el Beato Juan XXIII (Ramos Mejía) hasta el Dardo Rocha (San Isidro)
Día de elecciones.
Las palomas andan entre pasos perdidos y la protesta ciudadana anda de boca en boca.
Me asomo por encima de mi libreta de notas y miro hacia el horizonte, por arriba de un borde edificado, ondea la Bandera Nacional.
Ojalá sea un buen símbolo.
Por ahora, el único símbolo que veo con claridad.

14 horas (el mismo lugar)
Llega de la Comisaría 2da. de Ramos Mejía una camioneta con el número interno 711, para ¿contener? a un ciudadano que no está en el padrón, que no lo encuentran en ningún padrón.
Reclamó por sus derechos.
Lo último que dijo fue: no me podés obligar a hacer algo que no quiero (lo invitaban a ir a la comisaría) tengo derechos.
Lo trataron como a un delincuente. Al suelo, boca abajo, manos atrás (cara sin cubrir) y cuando reclamamos por el mal trato hacia el hombre, el vocabulario de uno los representantes de la Policía es irreproducible, sobre todo el tono violento.
Si lo reproduzco sería: ¡Sí, tengo pelotas, pero no nací con mi uniforme!
¿Metáfora?
Lo que me queda claro es que no tienen autoridad. Mientras lo metían en la camioneta, al supuesto infractor, otro uniformado dijo: ¿No ven que es un siquiátrico?
Será otra metáfora. Imagino.
Lo cierto es que si a símbolos me refiero, este que acabo de presenciar no sirve.
Miro otra vez la bandera y expreso un deseo.
Pero, como cuando se apagan las velitas de la torta de cumpleaños, no lo digo. Para que se cumpla.


Acassuso 19:30
(Las horas anteriores se consumieron entre viaje y colas) llegamos a las 16:55.
Colegio Dardo Rocha. Un infierno y no del Dante.
50 % menos de mesas (dicho por la presidente de la mesa 5124) y escuché mientras esperaba para votar en la 5123. Lo que significa doble cantidad de votantes en cada mesa.
Un dato MUY importante. Las urnas no duplicaron el tamaño y a las 18:45 horas, con un poco más del 50 % de mujeres que votaban en mi mesa, hubo que introducir mi sobre con una regla y sacudir la urna (de cartón y poco confiable) como si fuera una lata con galletitas.
Derecho o castigo, me pregunté a las 13:30. Ya tengo la respuesta.
Castigo.
Me pregunto ahora.
¿Cómo retribuir el gesto a los culpables?
¿Habrá manera o tendremos que seguir con la procesión y sin santo?

Nota: Por los “inconvenientes” se postergó el cierre de la votación hasta las 19 horas.

Al salir a las 18:50 quedaban personas sin poder ingresar al establecimiento.
Ahora tomamos un café con leche, mientras, en algún lugar incierto, alguien estará especulando con todo lo ocurrido. (Tendrá la recompensa)
Si se sienta en el sillón de Rivadavia, que le caigan las maldiciones de todos los que perdimos 10 horas de vida para cumplir con nuestro deber.
No es ser injusta. ¿No?

22:30 del mismo día

Regreso.
Con la convicción de que todo lo hecho es inútil. Con un cansancio que parece multiplicado por 10.
Pasamos por un colegio (del partido de La Matanza, recién y las luces de las aulas indican que hay gente trabajando). Ya las noticias anuncian una ganadora.
¿Cómo lo hizo?
Sólo ella lo sabe.
(Nosotros también, pero… cómo hacer frente a semejante denuncia).
En nuestra conciencia, el registro de “obligaciones cumplidas” es fuerte.
También la decepción. Pero no cuenta para nadie.
¿Quién está reclamando?
Victoria. Nunca quisiera salir victoriosa de esta manera.
Todavía no bajamos los brazos y en la cotidiana vida de trabajo, resistiremos los embates de la indiferencia.
Nos sabemos números en un extenso listado. Sólo eso.

Ya ocurrió. El camino será el que resulte de este día inútil.
Para nosotros, ciudadanos confundidos, constituir un refugio es lo más importante.
Refugio incluye todo, hasta el mínimo detalle que no será tal cuando lo necesitemos.
Fin del día.
Aquí un plato de comida y manos unidas son el símbolo que había faltado.
Todo suma. Hasta lo que fue negativo.
Dios salve… ¿a quién?


© Cecilia Ortiz
(De: mi libreta de notas)

® Birlibirloque


La piedra





Habrá rodado montaña abajo, expelida como un proyectil, desde un volcán en erupción. En su origen, magma, luego envuelta en el frío brutal de la atmósfera, convertida en piedra.
O tal vez formó parte de un meteorito, que pulverizado se hundió en el océano, y quedó en el lecho marino, torneada y pulida por el incesante movimiento del agua y la arena.
Quizás las mismas corrientes marinas la fueron empujando a las orillas de un río, donde estuvo siglos, entre juncales y peces, hasta que un niño la descubrió, tomó en sus manos brevemente y arrojó lejos, a otra orilla, donde un hombre la encontró.
Despertó su interés o curiosidad y la llevó a su casa.

Con ansiedad la fue acariciando y conociendo.
Quedó guardada en un cajón de la mesa de luz, durante toda su vida. Sólo cuando se encontraba enfermo la tomaba para tenerla entre sus manos.

Y en su mano derecha estaba cuando él murió.

Esta piedra de basalto, verdinegra y lustrosa, que llegó a mí hace muchísimos años, a la que siempre le descubro una faceta nueva, es irregular, casi amorfa, pesadísima.

Según la apoyo sobre la mesa parece un torso de mujer en escorzo.

Si la giro, semeja el rostro de un aborigen australiano sonriendo, con los ojos cerrados…

Pero ayer, al tomarla en mi mano apareció misteriosamente una calavera achatada, con el cráneo fisurado, que podría jurar no haberla visto nunca.



© Lidia A. González

® Birlibirloque

Deseada





Amada, ardo en deseo por verte
recorrerte entera con la mirada.
En mis largos insomnios te imagino
bella como ninguna
¿acaso tú me esperas
con el mismo deseo contenido?

Mi amor es cruel.
Te siento inalcanzable, irreal,
amada.
Triste es el amor en la distancia.
Eres conjunción de luces y glamour
de poetas y pintores
que cantan y pintan tus encantos.

La dicha de verte está lejana
(como la estrella más distante)
como melodía inconclusa.
Igual a un amor inalcanzable.

Deseo abrazarte y que me abraces.
Retener dentro de mí tu belleza
Te quiero real, iluminada, romántica.
Quisiera que me esperes
como al amante ansiado
-nuestro encuentro será real-
(lo presiento)

Quisiera ser gaviota
y en un vuelo
surcar el mar que nos separa.

Ciudad luz te dicen, ¡Oh París¡
¡Quiero verte!


© Remedios Pernas
10 /10 /07
® Birlibirloque

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(cliquee sobre imagen para ver)


© Carolina Menapace

®Birlibirloque

Frases en loca contaminación






- la gota cae insistente con ritmo acompasado tic-tac
- la gota penetra en su cerebro – los segundos se cuentan en gotas
- el sol lánguido de invierno
- la enamorada duerme
- la azalea florece
- el sillón rojo…enloqueció
- una zapatilla sin dueño
- la alcantarilla sedienta
- la mujer del cuadro sueña
- una factura impaga espera
- una sola hoja mira desde lo alto
- la copa de vino se ahogó en su pena
- un trébol sin suerte
- la estrella titila





La mujer del cuadro sueña en su obligada inmovilidad, mientras el sol lánguido de invierno asoma por la ventana azul del cielo; la enamorada duerme; la azalea florece y un trébol sin suerte muere, dentro de las páginas de un libro, recostado sobre el sillón rojo que enloquece, escuchando la gota que cae insistente con ritmo acompasado, penetrando por la alcantarilla sedienta .
Una zapatilla sin dueño, ni compañera, llora su soledad añorando un vaso de vino que ahogue su pena.
La noche vuelca su encanto de luna, solo queda una estrella que titila en la insondable inmensidad.
Una factura impaga…espera.




© Erica Schworer
30/07/08

® Birlibirloque

La gran perra madre que la parió












PERRA SALVÓ A UNA RECIÉN NACIDA

Buenos Aires - Una perra encontró en un campo a una bebé recién nacida que había sido abandonada por su madre de 14 años y la salvó al darle calor junto a sus cachorros.



No se conocieron, pero sus caminos se cruzaron casual y salvajemente.
Las dos están ahora agotadas y sin entender el revuelo que despiertan sus actos.

Una, escucha y huele el peligro de la cría de la otra, en la soledad oscura y fría.
Y con la mayor delicadeza de la que es capaz, la fue llevando a la tibieza de su hogar, donde yace su hijito, también recién nacido.
Les da calor y húmedas caricias, sabiendo que eso está bien para su hijo y está bien para el hijo de la otra madre.

La otra, tiene el cuerpo exhausto y al mismo tiempo liberado. Está golpeada por el parto inesperado.
Parió en soledad y a la intemperie, se fue sin ver ni oler ni escuchar, simplemente se fue, dejando en el pastizal un crío que no entiende, llevándose desconcierto y sin sentido.


© Irma Acuña

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