Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 6 de marzo de 2009

Imagen para: mujer zurda





El bote atravesaba lentamente el pequeño río azul, de aguas mansas. Lo habían construido simple, madera pintada de rojo con bordes azules, se asemejaba a un bote de paseo dominguero.
Los remos hundían levemente la superficie del agua empuñados por las precisas manos de un hombre, acompasados. Un sombrero calado hasta los ojos lo protegía del frío. Los bigotes gruesos, negros y levemente inclinados hacia arriba eran lo único que dibujara su cara. Los rasgos estaban escondidos en una expresión indefinible. Sin embargo los ojos miraban atentos el horizonte buscando los patos que con seguridad habían volado hacia el sur.
Con el pensamiento completamente volcado hacia fuera, buscaba una presa.
La escopeta atada a la espalda lo confirmaba cazador.
Detrás de él un perro negro, en la proa, hacía guardia. Las orejas echadas hacia atrás mostraban la agudeza en la espera de alguna señal.
Viajaba con ellos una mujer joven, sentada inmóvil y un poco rígida, como si también ella acechara.
El vestido de la dama era blanco con mangas abollonadas. Cierto aire victoriano se desprendía de su figura.
El viento jugaba en la ropa y especialmente con el ala de la capelina, dejando ver, por momentos, que era bonita aunque de expresión airada. De desagrado.
En su regazo un gato blanco, muerto de miedo, miraba con ojos desorbitados las olas a pesar de sentir la mano de ella acariciar su lomo con suavidad, en un gesto impensado.
La luz tenía un color invernal. El aire estaba limpio.
A lo lejos, sobre la ribera, una casa simple, de dos plantas con techo de tejas de ladrillo tapaba un poco el horizonte ondulado y verde. Se alzaba solitaria y muy nítida recortada contra un cielo turquesa por la hora.
Bordeaban el río algunos árboles a los cuales se les habían caído las hojas. Cuatro de una margen, seis de la otra. Espaciados, como acompañando el dibujo del cauce de agua.
Las matas de flores que se veían en la orilla o diseminadas por el campo, y los verdes variados de las colinas parecían desmentir la época del año.
Un cazador, en un recodo del río, lanzó un silbido de saludo. Él también cargaba una escopeta al hombro y su perro, un lebrel, movía la cola reconociendo a los amigos. Desde el bote les respondieron agitando las manos aunque callados.
Navegaban.
La mujer dijo de pronto:
-Está decidido. Me voy. Necesito otros horizontes. Salir de esta monotonía enloquecedora.
El hombre la miró como si la viera por primera vez. No la reconocía en esta joven lejana y hostil. Levantó sus hombros: -¿Así, de pronto?
- Así, pero no de pronto. Tu soberbia no te ha permitido ver nada, ni una señal: variadas y evidentes para cualquiera.
Después de algún tiempo, el hombre movió largo rato la cabeza, como asintiendo, luego:
-¿Para siempre?
-No lo sé.
Callaron.
La mujer sumergió su mano izquierda en las frías aguas. El hombre siguió remando al mismo ritmo.
El sol se escondía detrás de la última casa del pequeño pueblo costero. El atardecer se inundó de rosa y lila.




© Carolina Menapace
® Birlibirloque

Elegante caballero



Con poco eras muy rico
(poderoso es el dinero
que no te deja escuchar
los que pasan a tu lado)
paseas indiferente, orgulloso
la altura no te acompaña
niño de blanca camisa
que se hincha de placer

guardabas en el bolsillo
¡2 pesetas!
por poco tiempo sentiste
esa gran satisfacción
de ser rico caballero

tus cinco años
no permiten ver
que el dinero no es todo
(más importante es tu madre
y el amor que ella te da)

Sueño de caballero
paseas por el poblado
camisa blanca, tiradores.
Sin galera ni bastón

Tu sueño se hace añicos
como cántaro en la fuente
igual a nube que va
impulsada por el viento





©Remedios Pernas
12 /10 / 08
®Birlibirloque

La planta de higos negros








Subo con placer,
sin importarme que puedo caer,
hacia
los jugosos, sabrosos higos.

Los como con la misma fruición cuando logro encontrarlos en las verdulerías de la zona.
¡Los venden tan caros!
Para mí la oferta de 5 x 10 es la tentación...

Allá voy con cinco a comprar.

Sólo me basta el aspecto, coloración y olor.

Soy esclava de la hermosa fruta.




© María Elsa Bravo

® Birlibirloque


Por qué se suicidó la enamorada del muro





(Alegato post-mortem)


Me faltó quien me contuviera, necesitaba con urgencia explayarme, crecer, asida con fuerza en esos pequeños puntos al muro que era mi soporte, (sostenida tal vez ilusoriamente) con esa sensación imperiosa de sentir que alguien me apoyaba, que contuviera mis impulsos casi atávicos de elevarme cada vez más, dirigida hacia un cielo de promesas azules.
Nunca una palabra de aliento, una señal… tan solo un leve temblor.
El que tendría que haber sido un muro firme y consistente para sujetar mis anhelos, me dio su fría espalda , tal vez exhausto de tanta codicia dejó que se desplomaran mis verdes deseos entretejidos hacía tanto tiempo, la noche, mi carga, lastre sin fuerzas, y la lluvia inclemente aflojó mis pequeñas ventosas, que desesperadas intentaron sostenerme sin resultado.

Mientras caía me pregunté si no había sido demasiado grande mi ambición, tal vez mi muro no podía soportar tanto peso.

Caí de golpe, se derrumbaron en un instante todos mis sueños, entregada a mi suerte supe que nunca mas vería el cielo que había iluminado mis días, aquellos que me hicieron crecer inexorablemente hacía mi fin.

Mientras yacía doblada, agonizante, escuché a mi amado que desnudo y orgulloso gritaba entre lágrimas de llovizna y trueno ¡ palabras de amor! y desconsuelo que nunca antes había pronunciado.


© Erica Schworer
- 04-10-2006

® Birlibirloque

Hombre que mira






Ella abre la puerta del edificio
donde vive.
Sale a la calle, y
lo ve pasar rápidamente.
Siente una extraña inquietud.
Hacía meses que no lo encontraba.
Se cruzaban a menudo, vivían cerca,
en el mismo barrio.
Se lo ve todavía joven, aunque tiene el pelo blanco.
Usa ropa colorida y va siempre solo.
No hay signos de interés en él,
más que una mirada insistente,
que ella devuelve
con ambigua indiferencia.
Mientras camina por la vereda,
cae
en la cuenta
que
cons tan te men te
fantasea con ese hombre.
Quizás es sólo un juego,
o una esperanza
para atravesar sus horas de soledad,
... pesan tanto…
Camina hacia la esquina, distraída,
al cruzar
casi la atropella un automóvil.
Grita,
corre
se refugia en un portal.
Siente al corazón latir locamente,
apoya la espalda en una pared,
trata estar calma,
se encamina al kiosco.
Pide el diario, mientras espera el vuelto
percibe,
adivina,
que él está detrás suyo.
Toma el periódico sin volverse.

Mastica ese amor disparatado,
recién nacido,
camina hacia un viejo plátano,
escupe sangre.

Lo entierra.


© Lidia A. González
® Birlibirloque

Niña de Varsovia







Pelo rojo ensortijado, ojos azules pequeños, Ana, con diecinueve años se quedó sola en su casa, en el campo.
Su padre murió. Su madre murió. Su hermano murió. Todos juntos en un bombardeo.
Ana, ahora tiene frío. Tiene miedo. Y tiene hambre. Por eso se puso un gorro verde de lana, y un saco abrigado. Por eso tirita en la nieve. Por eso se arriesga camino a la Iglesia. Tal vez allí le den un huevo, una papa, tal vez pueda hablar con el cura, tal vez pueda cambiar tres manzanas del árbol del fondo por un jarro de leche.

La ciudad da miedo. Escombros, fuego, humo. Cuerpos que penden de sogas y se balancean. Gente que se esconde, asustada. Gente nueva con voces extrañas y un andar impetuoso que asusta y va uniformada. Gritos, disparos.

Ana va por la plaza, se cruza con los Levy. Él tira de un carro cargado de bártulos. Ella carga un niño precioso que duerme.
Ana conoce a ese pequeño. Fue su niñera. Lo ha mecido en un caballo de crines de soga. Le ha cantado bajito para que se durmiera. Le ha enseñado a decir su nombre: Marek.

Ana la niña polaca de rojos cabellos nada pregunta La mujer nada le dice. Pero ambas se miran profundo a los ojos.

Los Levy se van. Con la estrella azul en sus brazos. Con el carro cargado de bártulos.
Con la mirada mustia clavada en la nada.

Ana vuelve a su casa del campo. Con hambre. Con frío. Con miedo. Con las tres manzanas del árbol del fondo. Con Marek arropado en su pecho.

La niña polaca conoce la ley que es implacable. Por eso deja al niño en su cama (que descansa inocente). Por eso se levanta y barre la sala.. Por eso traspira la duda de qué hacer con su vida sin padre. Sin madre. Sin hermano. Con hambre. Con frío. Con miedo. Con Marek a cuestas.

Al otro día, Ana despierta al niño y le da un oso de felpa. Y comen manzanas. Lo enfunda en un viejo vestido que usó cuando niña. Le pone una cinta en el pelo, y se van a la Iglesia.

El cura que bien la conoce, nada pregunta. Ana nada le dice. Él le da un jarro de leche, dos papas, tres nueces y bendice a las niñas. Ana se inclina y reza.

Ana vuelve a su casa en el campo, donde comen las nueces. Toman la leche. Asan las papas al fuego. El niño vuelve a ser Marek porque afuera es de noche y nieva. Porque la puerta esta cerrada con llaves, porque están solos, y Ana le canta bajito para que duerma.

Y la pequeña polaca se queda mirando el fuego que empieza a apagarse.
Entonces toma el saco del niño. Quiere rasgar el estigma estrellado. Sus dedos tropiezan con piezas metálicas que Ana inspecciona. Descose el forro y con la lumbre débil del fuego, cientos de aros y anillos cocidos al paño destellan.

Ana ahora tiene un camino. El oro le abre una puerta al soborno para abrazar a su abuelo, y buscar su cobijo, llevando a Marek con la cinta en el pelo. Con el viejo vestido.

Con todo su miedo, hasta cruzar las fronteras.



© Irma Acuña
Julio 07

® Birlibirloque

Testigo loco- Partida fatal






Ni bien entré a la habitación sentí cierta incomodidad, me habían pedido que esperase allí. Uno de los hombres señaló un sillón, me senté, era muy bajo y los resortes se me clavaban en el cuerpo.
Ellos tomaron asiento ante un tablero; uno colgó el saco en el respaldo de su silla y se caló los anteojos. El otro que era alto y tenía el ceño fruncido, permaneció con la campera puesta, restregó las manos y se acomodó. Ubicaron las piezas y comenzó la partida; yo no sé nada de ajedrez pero me costó poco darme cuenta de qué se trataba todo aquello.
Al principio los movimientos eran lentos, estudiados, de a ratos rápidos, tajantes, en realidad se trataba de un dialogo mudo. Algo estaban tramando cuando estudiaban el tablero, tal vez una estrategia, la forma en que lo harían.
Cuando no estaban de acuerdo golpeaban una especie de reloj de mesa. Uno se rascaba la cabeza y el otro miraba atentamente el tablero, luego movía una pieza o empujaba con la misma una de su cómplice, como desechando una sugerencia.
La cara del hombre de bigotes era una máscara sin expresión, la del de los anteojos estaba rubicunda y daba la impresión de ser el jefe. La discusión se hacía violenta por momentos y siempre a través de las piezas que eran arrojadas hacia un lado; a veces se producían largos minutos de inmovilidad, no decían nada, los ojos fijos en el tablero, estudiando cómo lo harían; de pronto uno hacía un movimiento y el otro se quedaba pensando.
Yo me revolvía en el sofá y los tipos me clavaban una mirada severa, comencé a transpirar y saqué un pañuelo para secarme la cara, miré con disimulo hacia la puerta y no pude recordar si estaba con llave. Los observé y advertí que los movimientos se habían vuelto más relajados. Era clarísimo, imposible no darse cuenta, estaban tramando matarme y discutían a través de las piezas la manera de atacarme sin que me diera cuenta.
Advertí que por fin se estaban poniendo de acuerdo porque los golpes asestados al reloj se hicieron cada vez más rápidos, luego se produjo una pausa, el hombre de la campera azul se atusó el bigote y dijo con satisfacción ¡Jaque mate!
Entonces comprendí que debía actuar con rapidez. Me puse de pie, de un salto crucé la habitación, tiré del picaporte y la puerta se abrió, bajé las escaleras de dos en dos y me alejé corriendo antes de que me atraparan.


© Myrta Zweifel
(2006)
® Birlibirloque

Caminaré







No puedo eludir la brevedad del día
la noche avanza desde la nostalgia
me hermana
con aquel poeta que existe sin proezas
-elocuente poema de invencible palabra-
En la ciudad resplandores de fuego
consumen el oscuro rostro de una noche.
La insensible magia nocturna
agota lágrimas, observa ausencias
huye del aire sin decir su nombre

No puedo eludir la brevedad del día
las sombras ya juegan detrás de mis ojos.
-la noche me alimenta con sus panes-
Camino
debo encontrar el latido de la idea.
Sorprende el milagro de luz desplegada
en el gran espacio sucesivo
primero una diáfana sorpresa
luego la magnitud de un eco lejano.

No puedo eludir la brevedad del día
cuando la oscuridad espera ser nombrada
cierro los ojos
borran huellas memoriosas.
El olvido esconde una maraña de recuerdos.

Caminaré por plazas pobladas de rincones
desnudando paisajes no creados.
El oficio de viajera me estará esperando



© Cecilia Ortiz ( En la geografía de mis manos)
® Birlibirloque