Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

jueves, 29 de octubre de 2009

Una manzana en ocho gajos- gajo uno

¿Un acto simple?














Entreabrió la boca, la observó con un ademán distraído, la giró lentamente estudiando el mejor lugar para comenzar.
Una hilera de dientes blancos se asomaron listos para el ataque que llego crujiente, con ese sonido inconfundible que se produce al morder una manzana.
Contemplo la escena a escasa distancia, no puedo dejar de mirarlo, observo hasta el mínimo detalle con embeleso.
Unas gotas del jugo de la fruta que se veía deliciosa resbaló lenta por la comisura de sus labios.
Puedo sentir en mi boca el placer del gusto, miro fascinada el sencillo acto, el gozo simple de la pulpa deshaciéndose, resbalando por la garganta, refrescando su interior.
Abstraído en el quehacer sostenía entre los dedos la manzana mientras buscaba con la mirada las leves mordidas, pequeñas jugosas blancas protuberancias que llevaba a la boca en delicados acosos.
Luego la secuencia continuaba.
Percibo la voluptuosidad de Adán, el asombro de Eva, el encanto de gestos que parecen insignificantes.


Hubiera sido fácil filmar la escena pero imposible lo que pasaba por mi mente.



© Erica Schworer

® Birlibirloque

Una manzana en ocho gajos- gajo dos

La casa blanca de aquella manzana verde










Era un barrio de manzanas verdes, todas iguales. Lo único que lo destacaba era la arboleda con árboles encopetados tan altos que tocaban el cielo. Frondosos y magníficos.
Pero, también era un barrio muy viejo y tremendamente aburrido. No sucedía nada que pudiera contarse, a no ser que nos concentráramos en los gestos mínimos y cotidianos, en la vida doméstica, en la religión dominical o en algún chisme novedoso. Se podría preguntar ¿a la sombra de tan bellos árboles nunca ocurrió algo digno de unas líneas apuradas? Nadie contesta. Todos prosiguen una rutina casi pueblera. Se siente en el aire...
Me bajé del auto al pasar la panadería y, después de saludar a Doña Carmen, enfilé hacia la casa de mi padre. Aunque él ya no está, la casa sigue en pie esperando su destino final, la demolición.
La casa había sido el orgullo y la distinción de la manzana o más bien de la cuadra. Un friso artesonado coronaba los cinco metros de altura de un frente color blanco oro, con molduras. La verja del balcón dibujaba en hierro una filigrana de hojas y tallos rematados en bronce evocando otras enredaderas más floridas o más verdes.
Y me veo trepándola en las siestas del verano, apurado en escaparme a jugar el partido de fútbol en el campito de Don Julián con mis amigos.
Veo a Madre, detrás del visillo, amenazándome con su mano pero sin disimular su complicidad.
Veo a Padre salir por la puerta con arco y vitral, puerta por la que se espiaban un zaguán de baldosas de granito a rombos y una paredes de mármoles blanco y rosado. Y tanta limpieza en las molduras y mucho plumero en las paredes. Y blancas cortinas de encaje almidonado o de muselina, según donde se mirara. Y olor a cera nueva y a citronella.
Por cierto, la casa tenía la belleza sencilla de fin del siglo diecinueve, época en la que se había construido. Nosotros fuimos a vivir ahí cuando Padre decidió abrir su estudio en la Capital. Recuerdo que una vez, siendo yo un muchachito, se acercó un anciano delgadito y elegantón y me preguntó si yo vivía allí, señalando hacia el frente de la casa con su bastón de caña de Malaca. Ante mi afirmación sonrió y me dijo con ojos noveleros: -¡Si habré bailado en el salón con Felicitas Peña!... y se perdió en ensoñaciones profundas y personales, olvidándome en la vereda.

Aquí estoy, esperando al de la inmobiliaria para entregarla al sacrifico final.
Y mientras la recorro escucho las voces tan conocidas y tan silenciosas ahora. Y me asalta el ladrido de Tristón, la música saliendo del piano. Veo la sonrisa de Madre, el ceño de Padre. Si hasta puedo oler el dulce de naranjas burbujeando a fuego lento en la cocina de Josefa y me toman por sorpresa mis propios juegos en el patio, cerca del jazmín.
La piqueta demolerá la casa y algo de nuestras vidas se arrastrará en los escombros.

Quizás sea este el suceso más importante que ocurra en el barrio, recordado aún después de haber cerrado la puerta de calle.



© Carolina Menapace

® Birlibirloque

Una manzana en ocho gajos - gajo tres

La manzana de la discordia






Esta manzana no es la de Newton ni la que le hizo decir Adán al final de sus días refiriéndose a Eva : “El paraíso estaba donde ella estaba”. Ni son las manzanas de oro que Hera tenía en el monte Atlas guardadas por las Hespérides. Ni las que se inclinaba a recoger Atalanta la invencible corredora en su carrera nupcial.
Estas manzanas no son míticas, son manzanas comunes a las que voy a sacar las semillas con un cuchillo, echar dos cucharaditas de azúcar donde tenían el corazón, agregarles unas gotas de agua, un trocito de manteca y llevarlas al horno con un pollo y papas chicas.
Las serviré en la misma fuente; sé que cada niño aguardará la posibilidad de que alguno rechace la suya para reclamarla para sí, lo que suscitará como siempre interminables disputas.
No sucede lo mismo cuando en la frutera del comedor esparcen su luz y su aroma, sin que nadie les eche tan siquiera una mirad, hasta que yo vaya al rescate y les endulce el corazón para que no se mueran de pena.




© Myrta Zweifel

10/2009
® Birlibirloque

Una manzana en ocho gajos- gajo cuatro

Domingos campestres














Corre la niña contenta
por la singular comarca
en la cesta las manzanas
comparten esa alegría


sol calido de agosto
de flores por el sendero
bocas teñidas de moras
de risas y de canciones


el río corre gozoso
la cesta se balancea
las manzanas danzarinas
ansían salir de ella


roja y dulce merienda
del manzano de su casa
retamas colman los brazos
en la campiña dorada


tardes campestres
como rojas manzanas
del terruño siempre verde




© Remedios Pernas
5 / 9 /09
® Birlibirloque

Una manzana en ocho gajos - gajo cinco









Irma Acuña está buscando su manzana. Ausente con aviso.

Al regreso contará qué encontró...
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Regresó con imágenes de Toledo, Siena, París, el triple
besos de los holandeses.
Manzana: ninguna









Birlibirloqueras

Una manzana en ocho gajos- gajo seis

El joven niño











Le encanta revolver las carteras, bolsos y siempre que puedo llevo alguna fruta.
Cuando debo ir a Boulogne para reemplazar alguno de los padres de Juan llevo Deliciosas como las que nos regala Erica, de las que compro cuando paseo por las calles. Suelen ser perfectas las rosadas, chiquitas, las verdes no me apetecen tanto.


Pensar que dicha manzana, que comieron Adán y Eva nos enviaron al infierno para el resto de la humanidad.


Pensar que en el 470 cuando cambiaron las eras nos enviaron a buscar el Santo Grial que en definitiva en el 2009 siguen buscándolo, lo que según el Codigo D’Vinci dice que nunca existió pero algunos viles pelean, matan, persiguen, se asocian, se mantienen escondidos y nosotros seguimos comiendo manzanas.

Y a mi me gustan las costillas de cerdo con puré de manzanas, las disfruto con fruición ¡QUE CARAMBA!




©Maria Elsa Bravo

® Birlibirloque

Una manzana en ocho gajos- gajo siete

Eva y la manzana












En sus largos peregrinajes en busca de alimento, Eva descubrió un árbol de manzanas. Olerlas, admirarlas, pegar un mordisco y aullar de alegría fue su primera manifestación.
Más tarde trocó su alegría en angustia y desesperación por la imposibilidad de transportarlas consigo.
Miró a su alrededor con la astucia propia de sus congéneres, pensando cómo llevarlas, y con un objeto cortante dio muerte a un animal, sacándole el estómago que usó de recipiente, repartiendo luego los despojos entre sus hijos.
Esa noche, en la caverna, a la luz del fuego, Eva soñaba con palillos para urdir una tela, fibras vegetales, pelos de algún animal… o la panza de un alce o una cabra, que se estiraban prodigiosamente. Adán, como de costumbre dormía a pierna suelta sobre un lecho de paja. La lucha para cazar lo dejaba agotado, y era imperioso mantener el fuego encendido para no morir de frío.
A Eva el descubrimiento del manzano la llevó de la mano a conocer los mundos visibles y ocultos; palpar la savia de los árboles, masticar hojas desconocidas, usar la resina rezumada de sus troncos, imitando a los animales salvajes.
Para aquél entonces, Eva desconocía el significado de “árbol de la ciencia”, (que indujo a Adán a comer el fruto prohibido) por tanto y por muchos siglos comió manzanas hasta hartarse, sin remordimiento alguno.
Su primer dios fue el sol, que le daba luz y calor.
La luna prolongaba el día cuando estaba plena. Y de la tierra, manaba el sustento. En las semillas que juntaba y molía, en los frutos, y las hojas resistentes con que se cubría sus pies llagados por las caminatas en el bosque. Siempre atenta al humo de los incendios, alertando con sus gritos a los miembros de la tribu.
Con toda seguridad, en algún rescoldo del monte, descubrió la manzana asada.


© Lidia A. González

® Birlibirloque

Una manzana en ocho gajos - gajo ocho

La vuelta










Bajé del taxi corriendo, ya había comenzado el desfile y nadie me esperaba. Guardé la cámara fotográfica en el bolso mientras miraba con furia al hombre que no me había dejado entrar. Tomé la decisión de ir al bar. Lo vi al salir del ascensor. Mientras caminaba al lado de él lo observé: alto, atlético, seguro, sonriente.
Me ignoró.
Busqué una mesa. Apenas me senté noté que él cambiaba de lugar y quedaba sentado frente a mí. No me miraba, estuvo atento a la gente que lo saludó o se detenía para hablarle; sonreía, moviendo las manos para reforzar sus palabras.
No pude alejarlo de la mente, lo veía sin verlo, lo escuchaba de lejos y me subyugaba su voz.
El silencio hizo que levantara la vista. Él estaba mirándome. En mi vida hice muy pocas cosas sin analizar, pero, a partir de ese momento no pude razonar más.
El corazón apresurado paralizaba mis manos, la copa tembló al chocar con una sonrisa que no parecía pertenecerme, él, cerró los ojos para no ver las torpezas que hice a continuación. La bebida cayó por el escote y mojó mi blusa. Las servilletas de papel no alcanzaban para tapar tanto desastre, una punta del mantel (que levanté como recurso para secar un poco mi apariencia) completó la escena cuando la botellita rodó por la mesa, dejó su contenido sobre mi falda y cayó en la alfombra, hasta ese momento impecable. No me atreví a mirarlo, sentí tanta vergüenza; hubiera querido ser transparente.
Suspiré, traté de olvidar el mal momento.
Me distraje por unos instantes. Escuché que alguien tosía y miré. Era él.
El salón, enorme, estaba refrigerado al máximo y el frío se había detenido en mi espalda; quise adoptar la postura de mujer todolopuede y lo único que logré fue desprenderme de un estornudo tan inoportuno como impactante. Una lente de contacto quedó desplazada y de inmediato un perfil borroso me hizo dudar de lo que estaba viendo.
No quedaba bien, pero gotas puestas con rapidez y el parpadeo intermitente que repetí hasta que todo quedó en su lugar, fueron la solución.
Volví a mirar.
Delante de él había una fuente repleta de manzanas, cuando mis ojos quedaron fijos sobre una de esas delicias coloradas la tomó con una mano, me contempló mientras le daba un mordiscón, lento y profundo. Sus ojos brillaban detrás de la mirada. Perdí la silla donde estaba sentada, quedé flotando en un espacio azul, luminoso, tuve miedo de caer al vacío. Todo lo que veía estaba pintado de blanco y con luz.
Haciendo un esfuerzo alcancé a ver cuando dejaba la manzana mordida sobre el plato que sostenía un mozo, tan indiferente como podía. Empecé a temblar, el plato avanzaba hacia mí. Él, me miraba sonriendo. Mis ojos iban de la manzana, que avanzaba rápido haciendo equilibrio sobre su pedestal blanco y esa mirada brillante, fija; todo su cuerpo estaba atento a lo que iba a suceder. Creí que me desvanecía en el espacio, la tentación en forma de manzana quedó depositada con una reverencia. La observé, sin un trozo, una abertura clara, jugosa, por donde el perfume de la fruta ascendía hasta mi olfato. Mis otros sentidos alteraron el rumbo, los ojos veían agrandarse todo, la mesa, el salón, las plantas cercanas; los oídos alucinaban con sonidos de selva y cataratas; el tacto resistía el intento de la mano; para el gusto era un desafío, saboreaba aún antes de probar la fruta.
El pensamiento, sin pedir permiso aventuró, la historia no debe repetirse.
¿Que historia? dije en voz alta mientras recordé el paraíso, la serpiente, los débiles humanos errando por un mundo de tormentos. Si mi razón iba a contradecir lo que sentía, no era cuestión de perder tiempo.
Al sentir la manzana en contacto con la piel, percibí su frescura; era liviana como un inocente capullo, la acerqué a mi boca. Mientras pensaba en Eva y Adán, si la historia hubiera sido al revés, si Adán le hubiera dado a Eva el fruto prohibido, ella se habría resistido, tal vez como lo estaba haciendo yo. Dejé la manzana sobre el plato, miré al hombre que la había enviado. No sonreía, me observaba, parecía no comprender qué me estaba sucediendo.
Todo fue muy rápido. Él se levantó de la silla, llamó al mozo que había desaparecido. Apresurada me puse de pie. No pensé más. Él me gustaba y la forma de manifestar que yo le gustaba, también. .
Eso era un buen comienzo.
La manzana me esperaba, mordí despacio, saboreando lo que ahora no está prohibido. Él y yo dimos vuelta la historia. En pleno Buenos Aires brotó un edén, rodeándonos mientras comíamos la fruta, bocado a bocado, sin apuro. Tomados de la mano, uno al lado del otro, en un salón repleto de gente que conversaba alocadamente sin interesarse por nosotros.
Todo esto ocurrió hace muchos años y aún compartimos cada día una manzana.




® Cecilia Ortiz

® Birlibirloque