Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

jueves, 6 de enero de 2011

Marosa







Marosa es una mujer.
La mujer que vive, sueña y cuenta.
Nombra el sexo, se regodea en el placer
y lo transforma en poema…
No hay diques ni contenciones.
En la exuberancia de su naturaleza
el encuentro sexual eclosiona con un ciervo,
un hongo suave y lustroso,
el pico de un pájaro nocturno
o un árbol que la acosa…
Soles y lunas iluminan los senderos
a su soberana voluntad.
Mixtura de ancestros que suelen estar,
o evaporarse en el tiempo…
Mientras tanto, la araña va tejiendo crochet,
minuciosamente, ocultando la trama
y exhibiendo vida.
Cópula, concepción y parto
filtrados por su mirada de niña.
Un unicornio en su camino, el romance
y la boda.
El asta del macho convertida en pene,
explosión múltiple de encuentros
y más tarde el parto difícil,
por el asta del nonato….
Marosa cuenta y Marosa sabe que en el bosque
hay dos unicornios que ya no verá.


© Lidia A. González

® Birlibirloque

La silla voladora





La mujer avanzaba a paso lento cargando una yunta de gallinas amarradas a la espalda. El peso del vientre le impedía ir más ligero y ese andar corto y medido le convenía por la distancia que debía recorrer. Si apuraba el paso el corazón le latía de prisa y la respiración se le volvía agitada.
A esa hora en que el sol caía en forma vertical y no corría la más leve brisa era necesario mantener el ritmo, cuando encuentre una sombra, se dijo, descansaré.
Las gallinas con el pico abierto ya no emitían ningún sonido y le pesaban en la espalda. El camino era de tierra y a su paso se levantaban pequeñas nubes de polvo, lo bordeaban espartillares secos, de tanto en tanto se alzaba un espinillo herido por los rayos de sol que lo atravesaban. Su mirada ansiosa escrutaba el horizonte y de pronto divisó a lo lejos la sombra que buscaba, a medida que se acercaba la veía crecer ante sus ojos, sabía que a causa de su vientre abultado le sería difícil sentarse en el suelo, pero pensó que tal vez hallaría un taco o una rama suelta donde reposar.
El árbol tenía un tronco alto y liso, las ramas se extendían en forma horizontal y daban una sombra espesa, una brisa suave hacía volar flores amarillas, miró a su alrededor y no halló dónde sentarse, paseó la vista decepcionada y justo detrás del árbol vio la silla, con una sonrisa la colocó bajo la sombra, depositó las gallinas en el suelo y se fue dejando caer con dificultad.
Por el tronco del árbol subían y bajaban cientos de hormigas negras, descendían cargadas de hojas y palitos, a veces al cruzarse perdían el equilibrio y caían al suelo en una lluvia espesa, volvían a alzar su carga y retomaban la marcha hacia el hormiguero. Se descalzó y con el pie borró el caminito. Están comiendo los brotes, pensó, y se revolvió satisfecha, acarició el asiento de la silla (que parecía haberse extendido para recibir su cuerpo deforme), le nacieron brazos, extendió un respaldo alto para que ella apoyara la cabeza cansada. La mujer se enjugó el rostro y aflojó el pañuelo para refrescar el cuello.
Un aire circular la envolvió y partículas de polen se depositaron en su pelo negro, destapó la botella que llevaba y tomó unos tragos, luego ahuecando la mano volcó agua en ella y les dio de beber a las gallinas que estiraron ansiosas el pescuezo.
Ya más descansada miró hacia arriba queriendo localizar el chistido de un ave, chips, chips, pero sólo vio el temblor de las hojas, entre las ramas cantaba un pájaro invisible al que ella, a pesar de ser una gran conocedora de los trinos, no pudo identificar. Era un silbido continuo, lleno de variaciones con un ritmo vivaz y melodioso. In capaz de sustraerse al encanto inclinó la cabeza y aguzó el oído, convencida de que nunca lo había escuchado. De pronto el pájaro calló y se oyó un batir de alas. Sonrió levemente y se puso a recorrer con un dedo las flores del tapizado de la silla. Admiró las formas de las patas que terminaban en una garra y pensó con extrañeza de qué forma habría llegado a ese lugar. Tal vez, dijo, se cayó de algún camión o la olvidaron después de hacer un descanso.
Se puso de pie dispuesta a seguir camino, le faltaba un buen trecho y esperaba llegar junto a su hombre antes de que cayera la noche. Su hijo nacería cerca de navidad y quería tenerlo en su rancho del obraje, se anudó el pañuelo y antes de ponerse los zapatos deformados, rehizo el camino de las hormigas con el dedo gordo del pie, se acomodó las gallinas en la espalda, acarició otra vez el respaldo de la silla y pensó: si pudiera, la llevaría conmigo para darle de mamar en ella a mi hijo.










© Myrta Zweifel

® Birlibirloque

Una mirada, un gesto






Riega las plantas con cuidado y las mira atentamente. En su rostro arrugado sus ojos azules irradian una bondad que todavía no he podido encontrar en ningunos otros.
Se llama Silvio , es mi padre.
Yo lo miro desde un rincón del patio,- quizás lo espío –no lo que hace , sino cómo lo hace.
Vierte agua sobre los rojos tomatitos bañándolos de bondad. Tomatitos que cultiva desde que tengo memoria, dulces y en racimos. A mí esos tomates me habían hecho pasar vergüenza frente a mis amigas, de niña, se veían tan ridículos.
Se mueve con cuidado.
Todo lo hace de un modo paternal y amoroso, aunque tiene crédito de malhumorado. También cierto, pero no todo el tiempo.
Es diseñador de muebles. De los buenos. Ama su profesión, y es el dueño del lápiz y la escala.
Recuerdo haberlo visto transitar tantos kilómetros ida y vuelta a lo largo de su tablero alto, enfrascado en un laberinto de líneas rectas, curvas, números y letras donde, como Minotauro, sólo él conocía el camino.
Mi viejo de ojos celestes y olor a grafito en la camisa.
Esa mirada y esa paciencia de qué zonas de su memoria provendrán ?
Al verlo cortar la radicheta de las macetas no se puede pensar en el Bauhaus. Parece difícil de conciliar. Austriaco típico con la precisión del tiempo, el espacio y la naturaleza.
A veces me hace reír por la exactitud con que pone la mesa. Nada fuera de sitio. A excepción del pelo de su frente, que se le cae en un jopo blanco, desmañado y ralo.
Lo sigo mirando y me digo:
-¿Cuál será su historia? ¿Le dolerá el desarraigo? ¿De dónde proviene su fuerza para seguir siempre con tanto tesón?
El ha estado, también , al borde de sí mismo. Además la presencia ,ahora ausente, de mi madre lo debe sostener en el amor. Y también la oración. Mi viejo reza. Solo. De rodillas.
- ¿Qué hacés, Clotilde? –me pregunta desde el limonero.
- Trato de dibujar-. Miento.
- ¿Dibujar?
- Si, una mirada, un gesto, un rictus –le digo un tanto pretenciosa.
- Para eso no usés reglas, ni compases. Más bien utilizá los grafitos blandos de la intención y mucha goma de borrar. –me recomienda sonriendo, en el preciso momento en que se escucha el timbre de la puerta. Nos miramos , mi viejo abandona la regadera, esquiva a Gastón y sale a ver quién importuna la tarde.



© Carolina Menapace

® Birlibirloque



Hay dias ...







hay días en que no tengo edad
que floto en un espacio sin tiempo
sin vestigios del pasado
- y el cuerpo no pesa
y el andar se hace ligero
y la lluvia no moja -
dejo que el viento renueve mi rostro
mientras el frío y el sol
se acomodan a mi piel
puedo sentir el encanto , la sorpresa,
la inquietud de la primavera
arroparme en las voces amigas
y en el cálido susurro de mi amante

¡todavía tengo algunos de esos días!



© Erica Schwörer
20/07/2010

® Birlibirloque

Alma







Suave , mi alma se pasea acunada por la brisa
de este sol que me acaricia con desgano
Verde tierno, sombra arisca de colgajos asombrados
Viento, susurrando los sonidos arrulladores
de palomos alocados . Se acercan con presteza
a las ramas acogedoras de fresnos y palmeras solitarias
Viento amable . Hoy te asomas sobre el agua casi quieta
como un lago acongojado soportando los lejanos
altibajos de las nubes que te aquietan con su sombra
dibujando un paisaje casi pálido, rosado.
Árbol cuyo tronco retorcido se mece sin quejas
recostando su silueta sobre el suelo que te abraza
Vamos alma!
tu congoja se acrecienta con el silbido silente de este suelo
aquí quedado acompáñame a seguir esta línea hasta el cenit
Vamos alma!
Este barco ha de seguir viajando
Tus sueños de un mañana casi incierto
Pájaros, emitiendo su canto interminable como luz de esperanza
casi un velo cabalgando tal un delfín solitario
van mis sueños como un canto de sirena
Yo te sigo ,
tú Alma me acompañas .-


© María Elsa Bravo
® Birlibiloque


El gran simulador







Claro que sabía que estaba solo, fue por eso que comenzó a hacerle un acompañamiento. Se lo propusieron como un intercambio de gentilezas entre instituciones.
Él, como rotario les conseguía una silla de ruedas infantil para una pequeña paciente oncológica y ella a su vez, le haría un acompañamiento, no como a un paciente Terminal ni oncológico, pero en definitiva estaba sólo y cursaba una discapacidad producto de un infarto cerebral.
Se encontró con un hombre pequeño que arrastraba su pierna derecha, de piel muy blanca, ojos pequeños verdes, que con empeño, dignidad y desde su institución hacia trabajo solidario.
Su casa de la calle Félix de Amador tenía un cartel en el frente que decía Musikhouse, se llamaba Sigmund.
Afecto a la conversación, la lectura, las plantas, el café, los amigos, la música.
Un hombre culto y afable que siempre sintió mucha curiosidad por su trabajo, de modo que ella compartía con él lecturas o comentaba su trabajo de hospital o de la institución que la envió a su casa.
Él tenía dos hijos que estaban muy ocupados con sus vidas, una madre añosa y adinerada que lo trataba como a un niño y aprovechaba este momento suyo de debilidad para intentar hacer su voluntad y dirigir su vida. Una hermana que le recriminaba todo, un montón de amigos que lo sostenían económicamente, una vitrola que quería vender para su sustento, un violín que tenía desde la infancia, que vendió, una tradición judía que se ufanaba en transgredir, una risa fácil, una mente inquieta a pesar del infarto, una novia que huyó con diplomacia pero que lo llamaba cada tanto, cientos de libros y cassettes de música y videos de conciertos.
Tenía también un amigo cura, rengo como él, infartado como él que lo visitaba cada quince días con un cuarto de masas secas, con quien filosofaba.
Él la esperaba todos los jueves a la misma hora, con música y café, y la amistad surgió espontáneamente.
Un día todo cambió, le pidió que lo fuera a ver, estaba angustiado, le pidió que fuera su psicóloga, aunque nunca le gustó la psicología, ni el psicoanálisis, ni las terapias. Quiso pagarle un dinero que no tenía y al final le hacia una critica a su escucha y sus intervenciones.
Habló de su soledad, de su angustia y su insomnio, que se había caído ya tres veces, y que se sentía sucio. Que pensaba mucho en su padre muerto de cáncer hacía ya muchos años.
Ella acordó con su doctora de no medicarlo más porque lo enlentecía y se caía y coincidieron que no podía vivir solo.
Con él arregló para que accediera a una internación hospitalaria para que pudieran hacerle todos los estudios que estaban previstos sin la complicación de múltiples traslados en ambulancias de Pami, y además para solucionar los problemas de higiene que tenía.
También habló por teléfono con uno de los hijos para informarle la situación, éste se enojó mucho, sintiéndose invadido en la intimidad de una problemática familiar que desconocía.
Claro que alguna vez mencionó un quiste, y también que se operó y que ya estaba bien, y que no tenía relación con su situación actual.
Pero ese día que le pidió que fuera a su casa a buscar sus estudios anteriores para llevarlos al hospital, por supuesto leyó los informes.
El estaba en la guardia, sólo tuvo oportunidad de escabullirse entre las urgencias, las enfermeras, el escaso espacio y tiempo para los acompañantes, así que le dejó la llave de su casa, la bolsa con las placas radiográficas y se quedó con sus últimas palabras: “Mi amor!”, que fueron como un agradecimiento a ese pequeño favor.
Sigmund el gran simulador, murió a las horas de esto. Y ella no estuvo ahí!
Porque él así lo quiso.
Quiso disfrazar su realidad y compartir con ella un espacio de música, plantas, ideas y café.
Y ella no supo ver nada más allá de ese disfraz.
El decidió que no era un paciente Terminal, sino un amigo paciente y viviente.
Claro que no sabía por cuanto tiempo, pero acaso ¿hay alguien que lo sepa?
Claro que conocía que un tumor lo devoraba, pero también sentía que aún tenía vida, aún tenía mucho que decir y que pensar, de modo que, ¿porque no hacerlo?
Claro que supo que ya nunca podría tocar su violín, pero aún podía disfrutar de la música en compañía.
Claro que la enfermedad le arrebató un amor, pero aún podía sentir amor, y disfrutó de la amistad de ella y la del cura.
Claro que sus hijos lo apartaron de sus vidas, tal vez necesitaban más tiempo para enmendar, para perdonar, para componer esa relación. Pero él le ofreció todo su tiempo para escucharlos, esperarlos y amarlos.
Claro que las plantas esperaban que él las cuidara, pero eso ya no podía ser.
Claro que él la engaño, pero a cambio le ofreció su amistad, que no es poco.



® Irma Acuña

© Birlibirloque

Soy una mujer que oscila







Oscilo
entre el pasado y el presente


Cuando niña jugaba con muñecas
Besaba la blanca cara de mi madre
Y soñaba con distancias

Cielos azules arden en mí
cuando cinco vocecitas
reclaman mi presencia
tiempo de clavel y rosas blancas


Lejos estoy ( estás lejos)
cierro los ojos
veo la luna plateada
de tu pelo y acaricio
quimeras del pasado

Sos mi vida, escucho
en el largo camino compartido
y oscilo como pájaro
entre las rama del cerezo

Me veo dando el pecho a mis hijos
siento las sonrisas de sus ojos
manos suaves que acaricio
momentos imborrables



Hoy oscilo entre olvido y amor
Y sigo mi camino


© Remedios Pernas
15 / 10 / 10
® Birlibirloque


Hermanas






Mi hermana y yo acostumbrábamos a pasar nuestras vacaciones en casa de los abuelos maternos.


Gelli y yo disfrutamos siempre, hasta que cumplimos los doce años.
Verano.


Nono y Bea, así los llamábamos desde la media lengua de las primeras palabras, habían planeado salir en bicicleta. Como siempre cada uno llevaba una nieta en el asiento de atrás. Quiso no sé qué misterio que la bicicleta de Bea no quisiera andar. Las ruedas giraban, los pedales también, pero no iba a ningún sitio. Mi hermana me miró con cara extraña. No dijo nada, pero entendí qué decía, Si no voy yo, no vas.


Sonreí. Me aferré a la cintura del abuelo, que indeciso aún no hacía andar su bicicleta. Apareció Andrés, mayor que nosotras, con su bici nueva. La abuela, para consentir a Gelli le pidió que la llevara. Salimos los cuatro. Mariana me miraba desde la altura que le daba el estar con el chico que nos gustaba. A mí me pareció que el suelo me atrapaba, tan abajo me sentía. Mi hermana se soltó el pelo. Me sentí mal con mis trenzas. Cuando intenté soltarme del abuelo para hacer lo mismo que ella tuve que escuchar lo de siempre.
Regresamos a la tardecita, por la calle de tierra, la que tiene un techo de árboles siempre verde. Mis lágrimas se escondían en la camisa del abuelo.


Me casé con Andrés ocho años después.
Desde ese día mi hermana no me habla.



© Cecilia Ortiz

® Birlibirloque