Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Ángulo recto




Aunque helara o hubiese un sol que partiera la tierra, el viejo marchaba rumbo a las quintas con sus herramientas en una bolsa de arpillera, a carpir, a podar los rosales y hacerles un cono perfecto de tierra alrededor del tronco. Iba siempre a pie porque le era imposible ascender al colectivo debido a una deformidad de la columna que lo mantenía doblado a partir de la cintura.
Calzaba zapatos que una vez debieron ser marrones, no usaba medias, sujetaba sus pantalones arratonados con un pedazo de cuerda. Carpía y lloraba, secándose continuamente los ojos con un trapo mugriento, ya que su posición forzada le había provocado la caída del párpado inferior, lo que hacia que las lagrimas que bañan habitualmente la cornea no pudieran deslizarse por el conducto lagrimal y cayeran al suelo.
Vivía con dos viejas malvadas que le pegaban todos los días por cualquier motivo. Si volcaba la sopa ¡palos!, si traía poco dinero o si no se hacia tiempo para arreglar el parque de la casa ruinosa que habitaban ¡palos!
-¡Puerco, chancho!- le gritaban mientras descargaban el cinto en su lomo. Él huía a la cochera donde dormía sobre un camastro con flejes que hacían un ruido infernal cuando trataba de acostarse, de levantar las piernas, acomodar la espalda para quedar tendido de lado y poder dormir.

Los hijos del vecino del fondo trepaban a una piedra y acodados en el tapial, espiaban como las brujas maltrataban al anciano. Cuando las veían en el patio tejiendo al sol las volvían locas a hondazos y las viejas gritaban como gallinas maldiciendo y mirando hacia todos lados para descargar luego con más saña golpes en la cabeza y espalda del infeliz que se atajaba con el antebrazo doblado.
Un día el viejo cortó el pasto con una guadaña y lo acercó hasta la boca de un pozo abandonado que tenía como única protección unas maderas cruzadas, retiró con dificultad los tirantes y fue tapando la boca con ramas secas hasta cubrirla por completo; con el rastrillo desparramó el pasto cortado sobre las ramas y lo dejó parejo como el resto del césped. Hecho lo cual guardó sus herramientas y se fue caminando trabajosamente con la bolsa al hombro apoyado en su bastón.
Los chicos habían advertido su maniobra, porque estaban esperando que se alejara para saltar a sacar mandarinas. Conocían muy bien el pozo, ya que el mismo viejo les había prevenido de él y sabían que era hondísimo y que tenía agua en el fondo, a veces tiraban en su interior piedritas o pedazos de ladrillo que al chocar en el fondo hacían un ¡placc! lejano y cavernoso.
No comprendieron el proceder del anciano hasta ver a las dos hermanas que venían desde la casa con sendas canastas en las manos, seguramente para cortar la fruta al advertir con alarma como las mandarinas iban desapareciendo. Casi sin aliento las miraban acercarse conversando en dirección al árbol sin sospechar nada, ya que los tablones se veían como siempre cruzados junto a unos yuyos.
De pronto entre un ruido de ramas rotas y unos chillidos desgarradores las vieron desaparecer entre el pasto esparcido, las arpías no pudieron desplegar sus alas, una se hundió de pie y la otra dio una voltereta en el aire y cayó de cabeza, exhibiendo sus calzones de frisa hasta las rodillas y medias blancas.
Temblando saltaron de la piedra y entraron a la casa, almorzaron en silencio tomando la sopa con mano temblorosa y se fueron a comer mandarinas sentados al sol escupiendo lejos las semillas sin decir una palabra.

© Myrta Zweifel


® Birlibirloque

No hay comentarios: