Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Cuento antiguo





... Era ese instante en que los relojes se deslizan por la chimeneas y los jinetes galopan en cabalgaduras de pasión. La luz que iluminaba la sala provenía de una olvidada vela encendida. En el sillón del rincón dormitaba la sombra del dueño de casa.
... De pronto la vela titubeó, pero se pudo distinguir cómo los personajes del cuadro que colgaba sobre la chimenea, se bajaban suavemente del paisaje y deambulaban inspeccionando la sala.
-¡Es como salir de un espejo! –se reía el niño de la pintura, mientras se sentaba al lado de la sombra. Esta no se despertó y eso le dio confianza.
La joven que bajó con él tenía una canasta con flores que iba amontonando en los rincones.
-Es para perfumar los recuerdos –decía, mientras cantaba suavemente una melodía de opereta.
El perro del cuadro fue el último en bajar. Quizás era, a pesar de su gran porte, algo tímido o estaba más entumecido por el largo tiempo que había permanecido en la misma posición de juego. El pelo rojizo con manchas blancas tardó en cobrar movimientos esponjosos.
Jugaban en la sala cada cual a su manera, con aire de conspiración y mucho de trasgresión.
El cuadro que aún colgaba con su marco dorado y de firuletes se veía ahora sólo habitado por pastos, árboles y nubes. Y por la magia del pintor seguía siendo interesante.
Pasó algún tiempo ¡quién sabe!, quizá sólo un instante, cuando uno de los relojes comenzó a dar campanadas agudas, como notas de un triángulo.
Un viento empezó a filtrarse por las rendijas de las puertas y ahí dentro se produjo un vendaval del cual era imposible escapar. Las figuras del cuadro se fueron desintegrando en pequeños trozos y algunos hasta cambiaron de color.
Cuando el viento cesó, todas esas formitas que nadaban por el aire cayeron con suavidad, despacio, sobre la alfombra. La transformaron en una alfombra oriental, tal era la disposición en que cayeron las sonrisas, el ojo avizor del perro, las flores de la muchacha, la tela de los ropajes.
Habían perdido su identidad.
Los ojos miraban desconcertados lo que había sucedido pero ahora no se podían mover.
... Cuando se hizo de día, escucharon los pasos presurosos de la mucama de la casa, en sus quehaceres. La vieron aparecer con un aparato ruidoso en la mano. De pronto otro aire, muy potente los arrancó del sopor y los metió sin más en una bolsa llena de polvo que fue desechada a los cinco minutos junto con otros desperdicios en un gran tacho.
La alfombra volvió a verse roja y lisa. El cuadro seguía solitario.
Ni sombra de la sombra.

© Carolina Menapace
10-03-06
® Birlibirloque


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