Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 3 de agosto de 2012

La puerta se cerró








y corrí hacia la escuela como todos los días, con mi amiga Ana y su madre. La mía quedó, como hacía ya bastante en casa, en cama, con sus ojos desbordados y aureolados.


Al verme salir, levantó el índice como amagando un adiós con la mano que mi apuro matutino de lanchera, mochila, campera, guantes y una cartulina celeste apenas divisó.

Mis ocho años no me dejaban ver toda la situación, tenía yo una visión de tubo, pero cuando ampliaba la visión y podía abarcarlo todo, siempre había alguien que piadosamente me leía una realidad diferente y tranquilizadora.

Al volver de la escuela ya no había mamá, empecé a tener una abuela-mamá, que ejercía con toda vocación. Me contaba enfáticamente su decepción con mi padre, de cómo nos traicionó, de su familia otra, de los hijos y esposa que tenía, de cómo me abandonó, y robó mis juguetes, mi televisión, mi casa de mamá y del juicio que devolvería todo, ella decía que litigaría hasta su muerte, y ésta vino antes que el resarcimiento.

Ambos murieron, mi padre abandónico y traidor y mi abuela gallega y mamá.

Negoció con Dios respirar hasta mis dieciocho años pero el cáncer nada sabe de edades ni necesidades.

La madre de mi amiga Ana hacia la comida, me invitaba a comer, a dormir, lavaba nuestras ropas y hablaba con mis profesores y con los médicos de la abuela, con una voz urgente.

La puerta de la sala de hospital se cerró y supe que mi abuela-mamá moriría. Lo supe porque vi a la directora del colegio, a mi madrina, a la mamá de mi amiga Ana con su asmática sonrisa que tensaba el ambiente, y todos me miraban húmedo y me hacían reír.

El agujero se cerró. Se fue llenando de tierra y flores. Ahora la tristeza me invade pero en ese momento sentí alivio. Porque duele más aguardar una muerte que la muerte misma.

La puerta del coche se cerró y voy a mi nueva casa. Comienza mi vida con mi madrina, amiga de mi madre, representante legal, jueza. Que alguna vez prometió a mi madre ocuparse de mí y esa promesa le fue pisando los pies mientras ella corría una carrera escapista por las calles de Olivos, argumentando tener sus propios problemas, hijos, carrera, obligaciones.

La madre de Ana rubrica con su asma acompasado el compromiso de que yo en su casa tengo un lugar vitalicio.

La puerta de mi nueva habitación se cerró y quedé en ésta mi nueva casa, mi nueva familia, donde todo es legal y se impone el deber y la moral.

Voy todos los días a la casa de Ana, porque la puerta siempre está abierta para mí. Me gusta el olor a comida, las patas sucias del perro en mi uniforme, el sonido de la respiración de la madre de Ana, los fines de semana salimos y nos emborrachamos porque nos gusta perder la conciencia por unas horas. Yo necesito olvidarme y recordar. Ana de pura amiga nomás que es.





© Irma Acuña


® Birlibirloque

1 comentario:

reme dijo...

Antes que cambien la publicación, quiero hacer un comentario.
Cuanto dolor, y cuanta realidad para algunas personas que el destino pone en su camino. Como siempre pusiste todo tu sentimiento en el papel. se que seguirás firme en este taller y en todos los que te propongas.
Reme