Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

jueves, 23 de julio de 2009

Irremediable









Juan hizo girar la llave, dio unos pasos , todo el pasado le golpeó la cara.
Si querías olvidarte de ella, se dijo, has venido al lugar equivocado, los olores no hacen otra que ahondar la ausencia.
Pero ya estaba allí por propia decisión y no podía echarse atrás.
¿Por qué no vendí la casa antes de partir?
Sabía que tarde o temprano tendría que regresar, sabía que no podía deshacerse de ella así tan fácilmente.
En ese mismo salón Silvina le había dicho : Estoy muy cansada de todo. Y él no la había escuchado.
Fue hasta el dormitorio, abrió una ventana y tomó asiento en el borde de la cama. Recorrió la habitación con la mirada, la vio retocándose los labios ante el toilette, observándose de frente y de perfil ante el enorme espejo del ropero enfundada en su vestido verde, canturreando en voz baja una canción.
Quiere defenderse de esas imágenes que ya no están y se quedaron grabadas en el fondo de su mente.
Sale presuroso de la habitación y redirige hacia la biblioteca, abre y cierra cajones, revuelve papeles, saca carpetas y documentos que va echando en un portafolio abandonado junto al escritorio. Elige algunos libros, tienen una finísima capa de polvo, se limpia las manos en el pantalón, desde un portarretrato Silvina le sonríe.
¡Tarde! Es tarde para todo, ella ya no está. El ya no es un artista, ha dejado de creer en la poesía y en las justificaciones. Se parece más a un loco que anda hablando solo como el tío Antonio, que iba culpando a todos de los descalabros de su vida. Recién ahora se da cuenta de que ella tenía razón cuando decía: Estoy siempre sola, ya no aguanto más, vos tenés tus giras, tu piano, yo no tengo nada. ¡Vas a ver que un día no me vas a encontrar cuando regreses!
Recuerda su antiguo gesto de soberbia al contestarle: No podrás dejarme Silvina ¡dónde vas a ir si mí! ¿Con quién? Y que ella había respondido a los gritos: ¡No lo sé, con alguien que me vea, que me escuche, que me quiera!

Ahora está solo, como aquella noche en que al volver halló la casa desierta y se dijo indignado: ¡Cómo pudo hacerme esto a mí!
Ahora sabe cómo, sabe lo que es el agobio de una casa vacía, siente pasos perdidos recorriéndola y comprende cómo, desolada, buscó un día la salida y en brazos de otro hombre, no importa cuál, se fue a la vida.
Con un suspiro hondo cerró todo, se lavó las manos y murmuró al mirarse en el espejo: Estoy envejeciendo.
Tomó el portafolio, la alfombra mitigó sus pasos, echó una última mirada y se fue dando dos vueltas de llave a la puerta que crujió como lo había hecho siempre.


® Myrta Zweifel

© Birlibirloque

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