Odiaba la siesta interminable,
cansada de leer historietas, me había inventado otra diversión. Cuando los mayores dormían bajaba descalza la
escalera de mármol gastada por el paso de aquellos que la habían pisado a través
de tantos años.
Parada en el umbral
de la puerta semioculta esperaba el paso del tranvía, en medio de un estruendo
que hacía temblar las ventanas del primer piso,
Le daba diez metros de ventaja y después corría detrás de él cuatro
cuadras, con el pelo al viento, los pies
ligeros sobre las vías y los adoquines hirvientes hasta llegar a la
esquina donde doblaba y tomaba
velocidad. El guarda iracundo me
amenazaba con el brazo en alto harto de mí, de esa persecución diaria, de mis
morisquetas y de mi risa burlona.
Finalizada la
carrera regresaba por la calle desierta, alegre, jadeante, imprimiendo manchas
de grasa y de aceite en la vereda.Un día me corté un dedo con una piedrita, volví caminando con el talón y fui dejando por la blanca escalera, delatores hilitos de sangre
Desde ese día la puerta de calle permaneció con llave a la hora de la siesta.
Acodada en el
balcón del primer piso lo veía venir, rojo dragón, con el número 12 pegado en
la frente, echando chispas en los rieles, la cola enganchada en el cable y oía
la campanilla burlona que el guarda hacía sonar al pasar frente a mi casa.
©Myrta Zweifel
® Birlibirloque
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