Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 6 de marzo de 2009

Testigo loco- Partida fatal






Ni bien entré a la habitación sentí cierta incomodidad, me habían pedido que esperase allí. Uno de los hombres señaló un sillón, me senté, era muy bajo y los resortes se me clavaban en el cuerpo.
Ellos tomaron asiento ante un tablero; uno colgó el saco en el respaldo de su silla y se caló los anteojos. El otro que era alto y tenía el ceño fruncido, permaneció con la campera puesta, restregó las manos y se acomodó. Ubicaron las piezas y comenzó la partida; yo no sé nada de ajedrez pero me costó poco darme cuenta de qué se trataba todo aquello.
Al principio los movimientos eran lentos, estudiados, de a ratos rápidos, tajantes, en realidad se trataba de un dialogo mudo. Algo estaban tramando cuando estudiaban el tablero, tal vez una estrategia, la forma en que lo harían.
Cuando no estaban de acuerdo golpeaban una especie de reloj de mesa. Uno se rascaba la cabeza y el otro miraba atentamente el tablero, luego movía una pieza o empujaba con la misma una de su cómplice, como desechando una sugerencia.
La cara del hombre de bigotes era una máscara sin expresión, la del de los anteojos estaba rubicunda y daba la impresión de ser el jefe. La discusión se hacía violenta por momentos y siempre a través de las piezas que eran arrojadas hacia un lado; a veces se producían largos minutos de inmovilidad, no decían nada, los ojos fijos en el tablero, estudiando cómo lo harían; de pronto uno hacía un movimiento y el otro se quedaba pensando.
Yo me revolvía en el sofá y los tipos me clavaban una mirada severa, comencé a transpirar y saqué un pañuelo para secarme la cara, miré con disimulo hacia la puerta y no pude recordar si estaba con llave. Los observé y advertí que los movimientos se habían vuelto más relajados. Era clarísimo, imposible no darse cuenta, estaban tramando matarme y discutían a través de las piezas la manera de atacarme sin que me diera cuenta.
Advertí que por fin se estaban poniendo de acuerdo porque los golpes asestados al reloj se hicieron cada vez más rápidos, luego se produjo una pausa, el hombre de la campera azul se atusó el bigote y dijo con satisfacción ¡Jaque mate!
Entonces comprendí que debía actuar con rapidez. Me puse de pie, de un salto crucé la habitación, tiré del picaporte y la puerta se abrió, bajé las escaleras de dos en dos y me alejé corriendo antes de que me atraparan.


© Myrta Zweifel
(2006)
® Birlibirloque

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