Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 6 de marzo de 2009

Niña de Varsovia







Pelo rojo ensortijado, ojos azules pequeños, Ana, con diecinueve años se quedó sola en su casa, en el campo.
Su padre murió. Su madre murió. Su hermano murió. Todos juntos en un bombardeo.
Ana, ahora tiene frío. Tiene miedo. Y tiene hambre. Por eso se puso un gorro verde de lana, y un saco abrigado. Por eso tirita en la nieve. Por eso se arriesga camino a la Iglesia. Tal vez allí le den un huevo, una papa, tal vez pueda hablar con el cura, tal vez pueda cambiar tres manzanas del árbol del fondo por un jarro de leche.

La ciudad da miedo. Escombros, fuego, humo. Cuerpos que penden de sogas y se balancean. Gente que se esconde, asustada. Gente nueva con voces extrañas y un andar impetuoso que asusta y va uniformada. Gritos, disparos.

Ana va por la plaza, se cruza con los Levy. Él tira de un carro cargado de bártulos. Ella carga un niño precioso que duerme.
Ana conoce a ese pequeño. Fue su niñera. Lo ha mecido en un caballo de crines de soga. Le ha cantado bajito para que se durmiera. Le ha enseñado a decir su nombre: Marek.

Ana la niña polaca de rojos cabellos nada pregunta La mujer nada le dice. Pero ambas se miran profundo a los ojos.

Los Levy se van. Con la estrella azul en sus brazos. Con el carro cargado de bártulos.
Con la mirada mustia clavada en la nada.

Ana vuelve a su casa del campo. Con hambre. Con frío. Con miedo. Con las tres manzanas del árbol del fondo. Con Marek arropado en su pecho.

La niña polaca conoce la ley que es implacable. Por eso deja al niño en su cama (que descansa inocente). Por eso se levanta y barre la sala.. Por eso traspira la duda de qué hacer con su vida sin padre. Sin madre. Sin hermano. Con hambre. Con frío. Con miedo. Con Marek a cuestas.

Al otro día, Ana despierta al niño y le da un oso de felpa. Y comen manzanas. Lo enfunda en un viejo vestido que usó cuando niña. Le pone una cinta en el pelo, y se van a la Iglesia.

El cura que bien la conoce, nada pregunta. Ana nada le dice. Él le da un jarro de leche, dos papas, tres nueces y bendice a las niñas. Ana se inclina y reza.

Ana vuelve a su casa en el campo, donde comen las nueces. Toman la leche. Asan las papas al fuego. El niño vuelve a ser Marek porque afuera es de noche y nieva. Porque la puerta esta cerrada con llaves, porque están solos, y Ana le canta bajito para que duerma.

Y la pequeña polaca se queda mirando el fuego que empieza a apagarse.
Entonces toma el saco del niño. Quiere rasgar el estigma estrellado. Sus dedos tropiezan con piezas metálicas que Ana inspecciona. Descose el forro y con la lumbre débil del fuego, cientos de aros y anillos cocidos al paño destellan.

Ana ahora tiene un camino. El oro le abre una puerta al soborno para abrazar a su abuelo, y buscar su cobijo, llevando a Marek con la cinta en el pelo. Con el viejo vestido.

Con todo su miedo, hasta cruzar las fronteras.



© Irma Acuña
Julio 07

® Birlibirloque

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