Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

jueves, 6 de enero de 2011

El gran simulador







Claro que sabía que estaba solo, fue por eso que comenzó a hacerle un acompañamiento. Se lo propusieron como un intercambio de gentilezas entre instituciones.
Él, como rotario les conseguía una silla de ruedas infantil para una pequeña paciente oncológica y ella a su vez, le haría un acompañamiento, no como a un paciente Terminal ni oncológico, pero en definitiva estaba sólo y cursaba una discapacidad producto de un infarto cerebral.
Se encontró con un hombre pequeño que arrastraba su pierna derecha, de piel muy blanca, ojos pequeños verdes, que con empeño, dignidad y desde su institución hacia trabajo solidario.
Su casa de la calle Félix de Amador tenía un cartel en el frente que decía Musikhouse, se llamaba Sigmund.
Afecto a la conversación, la lectura, las plantas, el café, los amigos, la música.
Un hombre culto y afable que siempre sintió mucha curiosidad por su trabajo, de modo que ella compartía con él lecturas o comentaba su trabajo de hospital o de la institución que la envió a su casa.
Él tenía dos hijos que estaban muy ocupados con sus vidas, una madre añosa y adinerada que lo trataba como a un niño y aprovechaba este momento suyo de debilidad para intentar hacer su voluntad y dirigir su vida. Una hermana que le recriminaba todo, un montón de amigos que lo sostenían económicamente, una vitrola que quería vender para su sustento, un violín que tenía desde la infancia, que vendió, una tradición judía que se ufanaba en transgredir, una risa fácil, una mente inquieta a pesar del infarto, una novia que huyó con diplomacia pero que lo llamaba cada tanto, cientos de libros y cassettes de música y videos de conciertos.
Tenía también un amigo cura, rengo como él, infartado como él que lo visitaba cada quince días con un cuarto de masas secas, con quien filosofaba.
Él la esperaba todos los jueves a la misma hora, con música y café, y la amistad surgió espontáneamente.
Un día todo cambió, le pidió que lo fuera a ver, estaba angustiado, le pidió que fuera su psicóloga, aunque nunca le gustó la psicología, ni el psicoanálisis, ni las terapias. Quiso pagarle un dinero que no tenía y al final le hacia una critica a su escucha y sus intervenciones.
Habló de su soledad, de su angustia y su insomnio, que se había caído ya tres veces, y que se sentía sucio. Que pensaba mucho en su padre muerto de cáncer hacía ya muchos años.
Ella acordó con su doctora de no medicarlo más porque lo enlentecía y se caía y coincidieron que no podía vivir solo.
Con él arregló para que accediera a una internación hospitalaria para que pudieran hacerle todos los estudios que estaban previstos sin la complicación de múltiples traslados en ambulancias de Pami, y además para solucionar los problemas de higiene que tenía.
También habló por teléfono con uno de los hijos para informarle la situación, éste se enojó mucho, sintiéndose invadido en la intimidad de una problemática familiar que desconocía.
Claro que alguna vez mencionó un quiste, y también que se operó y que ya estaba bien, y que no tenía relación con su situación actual.
Pero ese día que le pidió que fuera a su casa a buscar sus estudios anteriores para llevarlos al hospital, por supuesto leyó los informes.
El estaba en la guardia, sólo tuvo oportunidad de escabullirse entre las urgencias, las enfermeras, el escaso espacio y tiempo para los acompañantes, así que le dejó la llave de su casa, la bolsa con las placas radiográficas y se quedó con sus últimas palabras: “Mi amor!”, que fueron como un agradecimiento a ese pequeño favor.
Sigmund el gran simulador, murió a las horas de esto. Y ella no estuvo ahí!
Porque él así lo quiso.
Quiso disfrazar su realidad y compartir con ella un espacio de música, plantas, ideas y café.
Y ella no supo ver nada más allá de ese disfraz.
El decidió que no era un paciente Terminal, sino un amigo paciente y viviente.
Claro que no sabía por cuanto tiempo, pero acaso ¿hay alguien que lo sepa?
Claro que conocía que un tumor lo devoraba, pero también sentía que aún tenía vida, aún tenía mucho que decir y que pensar, de modo que, ¿porque no hacerlo?
Claro que supo que ya nunca podría tocar su violín, pero aún podía disfrutar de la música en compañía.
Claro que la enfermedad le arrebató un amor, pero aún podía sentir amor, y disfrutó de la amistad de ella y la del cura.
Claro que sus hijos lo apartaron de sus vidas, tal vez necesitaban más tiempo para enmendar, para perdonar, para componer esa relación. Pero él le ofreció todo su tiempo para escucharlos, esperarlos y amarlos.
Claro que las plantas esperaban que él las cuidara, pero eso ya no podía ser.
Claro que él la engaño, pero a cambio le ofreció su amistad, que no es poco.



® Irma Acuña

© Birlibirloque

No hay comentarios: