Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Divina trinidad madre







Madre manejaba el coche, la librería, las decisiones importantes de la casa, y la vida dentro de ella.
Usaba los labios pintados de rojo y un rodete rígido y negro, manejaba su humanidad con forma de heladera con actitud y decisión.
Al comienzo del día taconeaba hasta la puerta de entrada con un vestido de flores chiquitas y la cartera de cuero cuadrada en la mano, me buscaba con la mirada, y antes de subirse al Rambler negro me daba la primer orden del día, desde el extremo del índice, que siempre fue la misma: “Sé una buena niña hoy”. Y yo siempre creí cumplir.
Mami administraba la cosa domestica y lo hacia con la energía de un cuerpo fibroso y rápido. Esto es la limpieza, el orden, los manteles blanqueándose al sol, mis vestidos copiados de figurines, los escones de la tarde, las compras, los carteles.Porque en esta casa blanca y con un gran árbol en el frente, mami asignaba un lugar para cada cosa, y cada una debía estar en ese justo lugar que ella rotulaba, “cocina”, “escalera”, “parra”, “calcetines”, “cuchillos”, innecesarios a mi entender.
Para madre yo tenía una curiosidad morbosa y desvergonzada que había que amputar de raíz, pero eso siempre fue algo muy dificilito porque venía conmigo desde la misma médula.
Para mamita, su función fue ser mi sombra. Cuando a la mañana abría mis ojos, me encontraba con los de ella y a la noche, eran lo último que veía.
Al levantarme cada día yo estiraba la mano y mamita me iba alcanzando el cepillo con la pasta puesta, el vaso con agua, la toalla, las medias, el vestido, los zapatos. Y mientras yo me peinaba, porque nunca supo hacerme las trenzas, mamita hacía su cama y la mía e iba detrás de mí poniendo cada cosa tirada en su justo lugar rotulado.
Teníamos una rutina ordenada y fija, porque así deben funcionar las casas.
Cuando a madre el rodete se le puso blanco, la rutina cambió. Dejó de trabajar en la librería, vendió el Rambler negro, y trajo a Ramona para los quehaceres domésticos más pesados, y a mi me trajo a Pupita una perra que embarraba la sala, y masticaba las flores.
Yo siempre estaba leyendo porque era la manera de domesticar mi curiosidad, así se sucedieron mis clases de piano, de ajedrez, de pintura y escultura, mis lecturas de filosofía y literatura. Siempre junto a mamita y Pupita.
Mi infancia ha quedado lejos, la casa sigue blanca y con el árbol en el frente, pero quedamos mamita que está muriéndose y yo.
He dejado mis clases de piano del Instituto Superior de Música de Madrid para correr a Buenos Aires a asistirla.
De tanto en tanto abre los ojos, encuentra los míos y extiende la mano. Yo le alcanzo el vaso con agua, que rechaza, le tomo la mano, y eso no es, está inquieta.
¿“Qué quieres decirme mamita?”
Pero mamita no dice nada, como siempre. Ella nunca ha hablado. Le alcanzo un papel y una lapicera, entonces escribe “MAMA”, el papel queda sobre su pecho y se duerme por el esfuerzo.
Me paro y descorro la cortina. Recuerdo que tenía flores rosas que ya no están. Miro por la ventana puedo ver la parra donde tomábamos el té con escones las tardes de verano, y donde hacíamos todas nuestras celebraciones, navidad, año nuevo, cumpleaños y el día de la madre. Recuerdo que para ese día yo hacía tres cartitas con dibujos y palabras amorosas.
Las amé mucho, y ellas, sé, me amaron mucho. Solamente quise saber toda mi vida quién de estas tres madres era mi madre de panza. Siempre sentí que tenía derecho a saberlo. Una a una ha muerto y me han dejado sola y sin respuesta, sin esta verdad que no era desmesurada, sino una pregunta simple que no quedó saciada ni con arte ni con ciencia.
Pero a cada tímida insinuación era para ellas un escandaloso insulto. Que debían castigar o distraer.
A los seis les pregunté a las tres juntas reunidas bajo la parra, ¿“porqué yo no tengo papá?”. Mamita abrió los ojos grandes y empezó a lloriquear, mami empezó a retirar la vajilla, madre se fue y apareció con un libro que debía leer, porque dijo, que yo era muy inteligente.
A los ocho, otra vez en una reunión pregunté, ¿“porqué yo no tengo hermanos?” Y otra vez ese clima de “a correr, que se viene un terremoto”. Pero al otro día madre me trajo a Pupita.
Con los años cada vez que me asaltaba la duda en vez de preguntar iba derecho a tocar el piano, o comenzaba la lectura de un nuevo libro, pero esa pregunta se me agigantaba en el pecho y me latía en la garganta.
Entonces madre me anotó en el Conservatorio para la carrera de pianista.
La música me sosegaba, me transportaba a otro mundo y me hacía bien dominar la teclas y golpearlas con furia y ensordecer, era una forma permitida de gritar y hacerme oír, de revelarme.
Ramona me avisa que mamita ha muerto y siento que me han sacado la mitad de mi cuerpo, que no puedo respirar, que no quiero respirar.
Recorro los cuadros con fotos familiares tan conocidas colgadas en las paredes.
Todas tienen cartelitos, como si fuera necesario!
“Foto familiar 1948: Teresa, Margarita, Gladys” las tres solteronas posan junto al árbol del frente.
“Foto familiar: 1956: Madre, Mami, Mamita y Clarita” y las tres damas posan en el mismo lugar y yo muy bebé en brazos de mamita.
Y pienso, cuantas historias habrá detrás de una historia. ¿Porque estas mujeres eligieron vivir juntas, con un secreto hecho carne y curiosidad?
Debo cerrar el ataúd e instintivamente tomo el papel escrito por mamita y lo dejo sobre su pecho. No se que pensé, tal vez como mamita necesitaba los carteles tal vez quiso tener su ultimo cartel.
Las lágrimas me corren por la cara. Ramona saca el papel y me lo da “Esto es para Ud. Clarita” y yo me lo guardo en el bolsillo y salgo, necesito aire y luz. Me voy bajo la parra a pensar mi vida, a revisar esos momentos que fotográficamente el recuerdo me acaricia. Mamita y yo contando las estrellas tiradas sobre la hierba, mamita sentada a mi lado mientras yo desafinaba el piano. Mamita y yo soplando las velas de mi torta de cumpleaños que sobre la base tenía un cartel que decía “torta de cumpleaños de Clarita”.Yo nunca pedí tres deseos, solo pedía uno, porque sacrificaba dos para que el uno que pedía tuviera más fuerza, y siempre era el mismo deseo: conocer mi panza- madre. Pero con esta muerte, muere también mi esperanza.
De todos modos, no me voy a tocar el piano, ni con la lectura, porque no busco desahogarme ni distraerme, sino hilvanar el entramado de mi historia simplemente recordando y escribiendo, quiero mirar hacia mí y dejarlo todo registrado.
Una fresca brisa me envuelve, me pongo las manos en los bolsillos y me gusta pensar que el viento y el tiempo traerán la respuesta.



© Irma Acuña

Octubre-08

® Birlibirloque

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