Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

jueves, 29 de octubre de 2009

Una manzana en ocho gajos - gajo ocho

La vuelta










Bajé del taxi corriendo, ya había comenzado el desfile y nadie me esperaba. Guardé la cámara fotográfica en el bolso mientras miraba con furia al hombre que no me había dejado entrar. Tomé la decisión de ir al bar. Lo vi al salir del ascensor. Mientras caminaba al lado de él lo observé: alto, atlético, seguro, sonriente.
Me ignoró.
Busqué una mesa. Apenas me senté noté que él cambiaba de lugar y quedaba sentado frente a mí. No me miraba, estuvo atento a la gente que lo saludó o se detenía para hablarle; sonreía, moviendo las manos para reforzar sus palabras.
No pude alejarlo de la mente, lo veía sin verlo, lo escuchaba de lejos y me subyugaba su voz.
El silencio hizo que levantara la vista. Él estaba mirándome. En mi vida hice muy pocas cosas sin analizar, pero, a partir de ese momento no pude razonar más.
El corazón apresurado paralizaba mis manos, la copa tembló al chocar con una sonrisa que no parecía pertenecerme, él, cerró los ojos para no ver las torpezas que hice a continuación. La bebida cayó por el escote y mojó mi blusa. Las servilletas de papel no alcanzaban para tapar tanto desastre, una punta del mantel (que levanté como recurso para secar un poco mi apariencia) completó la escena cuando la botellita rodó por la mesa, dejó su contenido sobre mi falda y cayó en la alfombra, hasta ese momento impecable. No me atreví a mirarlo, sentí tanta vergüenza; hubiera querido ser transparente.
Suspiré, traté de olvidar el mal momento.
Me distraje por unos instantes. Escuché que alguien tosía y miré. Era él.
El salón, enorme, estaba refrigerado al máximo y el frío se había detenido en mi espalda; quise adoptar la postura de mujer todolopuede y lo único que logré fue desprenderme de un estornudo tan inoportuno como impactante. Una lente de contacto quedó desplazada y de inmediato un perfil borroso me hizo dudar de lo que estaba viendo.
No quedaba bien, pero gotas puestas con rapidez y el parpadeo intermitente que repetí hasta que todo quedó en su lugar, fueron la solución.
Volví a mirar.
Delante de él había una fuente repleta de manzanas, cuando mis ojos quedaron fijos sobre una de esas delicias coloradas la tomó con una mano, me contempló mientras le daba un mordiscón, lento y profundo. Sus ojos brillaban detrás de la mirada. Perdí la silla donde estaba sentada, quedé flotando en un espacio azul, luminoso, tuve miedo de caer al vacío. Todo lo que veía estaba pintado de blanco y con luz.
Haciendo un esfuerzo alcancé a ver cuando dejaba la manzana mordida sobre el plato que sostenía un mozo, tan indiferente como podía. Empecé a temblar, el plato avanzaba hacia mí. Él, me miraba sonriendo. Mis ojos iban de la manzana, que avanzaba rápido haciendo equilibrio sobre su pedestal blanco y esa mirada brillante, fija; todo su cuerpo estaba atento a lo que iba a suceder. Creí que me desvanecía en el espacio, la tentación en forma de manzana quedó depositada con una reverencia. La observé, sin un trozo, una abertura clara, jugosa, por donde el perfume de la fruta ascendía hasta mi olfato. Mis otros sentidos alteraron el rumbo, los ojos veían agrandarse todo, la mesa, el salón, las plantas cercanas; los oídos alucinaban con sonidos de selva y cataratas; el tacto resistía el intento de la mano; para el gusto era un desafío, saboreaba aún antes de probar la fruta.
El pensamiento, sin pedir permiso aventuró, la historia no debe repetirse.
¿Que historia? dije en voz alta mientras recordé el paraíso, la serpiente, los débiles humanos errando por un mundo de tormentos. Si mi razón iba a contradecir lo que sentía, no era cuestión de perder tiempo.
Al sentir la manzana en contacto con la piel, percibí su frescura; era liviana como un inocente capullo, la acerqué a mi boca. Mientras pensaba en Eva y Adán, si la historia hubiera sido al revés, si Adán le hubiera dado a Eva el fruto prohibido, ella se habría resistido, tal vez como lo estaba haciendo yo. Dejé la manzana sobre el plato, miré al hombre que la había enviado. No sonreía, me observaba, parecía no comprender qué me estaba sucediendo.
Todo fue muy rápido. Él se levantó de la silla, llamó al mozo que había desaparecido. Apresurada me puse de pie. No pensé más. Él me gustaba y la forma de manifestar que yo le gustaba, también. .
Eso era un buen comienzo.
La manzana me esperaba, mordí despacio, saboreando lo que ahora no está prohibido. Él y yo dimos vuelta la historia. En pleno Buenos Aires brotó un edén, rodeándonos mientras comíamos la fruta, bocado a bocado, sin apuro. Tomados de la mano, uno al lado del otro, en un salón repleto de gente que conversaba alocadamente sin interesarse por nosotros.
Todo esto ocurrió hace muchos años y aún compartimos cada día una manzana.




® Cecilia Ortiz

® Birlibirloque


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece fantástico DAR VUELTA LA HISTORIA
Felicito a la manzana
Hermoso cuento
Reme