Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Miradas









Yo, un simple bote
de alquiler tuve la desgracia de ser el corazón de esta muerte.
Fue un día como cualquiera de esos de la semana.
El hombre, de mediana edad con pelo canoso y mirada triste entra en la guardería de San Fernando. No entiendo porqué me elije a mí, un bote de madera envejecido y pasado de moda.
Recuerdo su pantalón gris claro y su camiseta de marino.
Esa mañana un sol intenso ilumina un puro cielo celeste donde algunas nubes navegan a la deriva.
Comenzamos el viaje hacia el río adentro. Pasamos por canales umbrosos que espejaban la fronda siempre misteriosa de las islas.
En el río casi no hay embarcaciones. La lancha de pasajeros ya ha pasado y la de Prefectura está lejos. Avanzamos suavemente por el agua, que acaricia la madera despintada de mis costados, hasta que la costa comienza a verse silvestre, deshabitada. Remaba muy bien el hombre, debía tener experiencia. Luego detiene la marcha y levanta mis remos. Enciende un cigarrillo con mano calma y después de varias bocanadas, zas, se tira por la borda.
Se hundió velozmente. Yo me quedé sólo y desconcertado.
En tantos años de bogar por el río nunca me había sucedido algo así. Yo había escuchado algunas historias de boca de otros botes, pero casi siempre habían sido accidentes. Pero no esto.
Me quedé solo y a la deriva. A merced del movimiento del agua.
Después de muchas horas llegó la Prefectura y me arrastraron con ellos. Y me ataron a su muelle. Y aquí estoy, sin poder contarle a nadie lo ocurrido.
Sí, estoy muerto.
Y en esa región sin nombre.
Pero quiero aclarar porqué me suicidé, me quité la vida o puse fin a mis días. Como les parezca mejor.
Era lo único que se podía hacer. Estaba acabado.
Muchos dirán que estuve loco, pero sé bien que esa era mi única salida. Me encontraba desesperadamente solo. Olga se había ido con ese tipo que desde un comienzo no me cayó bien. Y para completarla, sin trabajo. Y sin plata.
Así que comencé a pensar en cómo lo llevaría a cabo.
Y el día llegó, lo sentí en mi piel.
Alquilé un bote viejo, así no lo echarían de menos muy rápido o no se darían cuenta de que faltaba.
Remé un largo rato por el río. Era una hermosa mañana. Quizá no era un buen día para morir. Remar fue mi último y feliz momento.
Cuando llegué a esa zona desolada, donde el delta se vuelve salvaje, me detuve y metí los remos adentro.
El bote me acunaba mansamente. Me fumé un pucho, y cuando me dije ¡ahora! Salté hacia el agua. Y me ahogué, a pesar del esfuerzo que hice para salir a flote. Lo había previsto, allí la corriente es muy fuerte, difícil y me arrastró.
Listo.
Ya está hecho.
Me queda una duda ¿alguien recogerá el bote?
Esa mañana
Gastón se levantó con la certeza de que ese era el día indicado para su suicidio. Le gustaban los días de sol. Y ese era especialmente soleado.
Durante muchos días había pensado y calculado todos los detalles para llevar a cabo esta tarea. Había analizado, según él, todas las posibilidades y había llegado a la conclusión de que esa era su única salida, y lo haría en el río.
El episodio que desencadenaba tal empresa fue que, después de muchos años de un matrimonio que él suponía feliz, una mañana Olga, su mujer se fue, con un gerente nuevo de la empresa donde trabajaba, diciéndole que todo había terminado. Que el amor se había acabado. Rauda, había cerrado la puerta con cierta violencia.
Y Gastón se quedó mirando esa puerta durante días.
Cuando pudo volver en sí, una profunda tristeza lo había invadido. Con abatimiento trató de llenar sus días trabajando hasta caer rendido. Duró poco. La depresión comenzaba a invadirlo y la bebida lo acompañaba. Primero unas copas al volver, luego otras para animarse a salir. Y se fue transformando en un bebedor consumado.
Lo echaron de su trabajo. Y la depresión aumentó. Ahora no se afeitaba, casi no salía y cada vez estaba más flaco.
Y quiso terminar de una vez con todo.
Como dije, esa mañana se levantó temprano. Se afeitó cuidadosamente, se puso el pantalón gris que le había regalado Olga en su último cumpleaños, su remera de marino y se encaminó sin dudarlo hacia San Fernando. Alquilaría un bote en la guardería de Don Esteban, y se adentraría en el río. Lo demás llegaría solo, pensaba.
Fue más fácil de lo sospechado.
Encontró un viejo bote que le serviría a la perfección y lo alquiló. Se dirigiría hacia el norte, hacia la zona donde el río se vuelve ancho y desolado.
Pasó la lancha de pasajeros. La de Prefectura estaba muy lejos.
Remaba con amor y el bote se deslizaba a la perfección. Como viejos conocidos. Viéndolo de lejos nada hacía preveer los negros pensamientos de su corazón. Cuando llegaron adonde le pareció el lugar indicado, dejó de remar. Tenía la mirada perdida, lejana y sobre todo muy triste.
Pero también determinada.
Lentamente metió los remos en el bote. Se fumó un cigarrillo y luego, acompañado por su oscuro propósito, saltó al agua y se hundió para siempre. El bote quedó a la deriva.
Horas después Prefectura descubrió la embarcación vacía y se la llevaron a sus muelles.
Una lancha había comenzado el rastrillaje.
Apareció en la guardería
un día cualquiera a alquilar un bote.
Era un hombre de mediana edad, bien afeitado. Llevaba un pantalón gris y una remera de marino. La mirada era determinada pero tenía un fondo de tristeza.
Caminaba seguro de sí mismo.
Cuando comenzó su viaje, la mañana estaba en un apogeo de luz y de sol.
Se alejó con el bote rumbo al norte.
A medida que avanzaba, el río se iba ensanchando y la costa variaba. Iba dando paso a lo deshabitado, a la casi selva. Siguió así un tiempo.
Luego se detuvo.
Metió los remos adentro del bote y pensativo fumó un cigarrillo.
Inesperadamente, se tiró al agua y se hundió.
Y allí quedó el bote, vacío, flotando como si nada hubiese sucedido.
Hasta las aguas se aquietaron.
Tiempo después pasó la prefectura y se llevaron el bote.
Pero volvieron y comenzaron a rastrillar el río desde allí, provocando una alteración inusual.




© Carolina Menapace
noviembre 2011
® Birlibirloque





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