Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El gato montés










Al cruzar el patio, volví a ver la jaula con el gato montés. Un cazador se lo había traído de regalo a mi padre, en la creencia de que podía ser domesticado.
Se paseaba furioso por el reducido espacio que apenas le permitía moverse. Sus miradas parecían descargas eléctricas y sus maullidos helaban la sangre.
Sentí un enojo muy grande hacia mi padre por el hecho de haber aceptado ese pobre animal. Durante la cena lo observaba con mirada torva imaginando su triste final, sin comprender cómo se podía ser tan cruel con un animal tan bello.
Al día siguiente como si una garra moteada de amarillo me atrajese hacia la jaula, me dirigí hacia el fondo y advertí que la puerta estaba amarrada con una tira de tiento. El gato gruñía furioso, me alejé impotente con el corazón oprimido.
Por la noche luego de comprobar que todos dormían, abandoné de puntillas el dormitorio. Recorrí con sigilo la galería, abrí lentamente la puerta de la cocina, esquivé la mesa y una silla, estiré el brazo buscando a tientas sobre el techo del aparador y con la punta de los dedos alcancé el mango del cuchillo que guardaban fuera de nuestro alcance. Lo saqué de la vaina y la hoja brilló a la luz de la luna. Crucé descalza el patio y me agaché junto a la jaula, el gato comenzó a gruñir, esquivando zarpazos logré tras varios intentos contar la lonja que aseguraba la puerta, no me atreví a correr el pasador temiendo sus filosas garras, entré a la quinta y traté de abrir con la punta del escardillo. el gato siseaba, yo trataba de calmarlo chistándole, sus maullidos me erizaban la piel. Al fin ensarté una de las puntas del pasador y comencé a tirar. La puerta fue cediendo poco a poco, apenas bastaron unos centímetros para que el felino estirando el cuerpo saliese de la jaula. Lo vi, en la claridad de la noche, quedarse un instante indeciso, batió enérgicamente la cola y con un salto prodigioso se perdió tras las achiras.
Salí de la quinta, tiré el tiento a través del tapial y guardé el cuchillo en su lugar, entré al dormitorio, me sacudí la tierra de los pies y una vez acostada suspiré feliz.
Al otro día al despertarme oí un alboroto en el fondo, la indignación era general, nadie se podía explicar cómo había escapado, el gato en su huída se metió en el gallinero y degolló a más de una gallina y también al gallo catalán que mi padre había comprado la semana anterior.
Sin decir una palabra fui hasta el columpio y me puse a mordisquear un durazno verde mientras giraba y giraba arrollando y desenrollando la cadena de la hamaca.
Mi madre cruzó en silencio frente a mí y al mirarme sus ojos sonreían.



© Myrta Zweifel
® Birlibirloque


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Extraordinario este cuento. Te felicito Myrta.

Anónimo dijo...

Felicitaciones Myrta. Tu cuento me ha conmovido..