Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

martes, 5 de abril de 2011

La silla voladora 2





Petrona parió en el rancho, la ayudó la mujer de un hachero. Cuando el hijo nació vio sobre su frente la pálida luz de una esperanza, lo envolvió en un lienzo muy suave que había sido una bolsa de harina y a la cual le había borrado las letras lavándola con agua y ceniza, cubrió de besos su cabeza amada, lo bendijo entre lágrimas y le mojó el pelo con agua del cántaro. Se levantó con cuidado del camastro y lo sacó al patio recién barrido. Iba a sentarse en un tronco que hacía las veces de banco cuando la vio, reluciente, recién hecha, con madera de palo santo y asiento de junto. Sonrió pensando en la amorosa acción de su marido al hacerle una silla. Tomó asiento dispuesta a amamantar al hijo, estaba tan cómoda que se removió en el asiento satisfecha, acarició la madera, dio las gracias a su marido por haber pensado en ella pero el le respondió asombrado que nunca la había visto. Será un regalo de los cumpas o del capataz, agregó. Pero nadie admitía haberla hecho. Solo tenían palabras de admiración al verla tan bien terminada. Ella recordó aquella silla que le había dado reposo en el camino y se asombró de su suerte. Esta se dejaba admirar en su nuevo aspecto. Con en correr de los días aprendió a sufrir y a gozar con las pequeñas alegrías cotidianas de los obrajeros, solo la entristecía el alarido del hachero cuando volteaba un gigante de la selva, porque ella también había sido un árbol. Petrona seguía con su vida, cocinaba locro guacho, hervía mandiocas y lavaba la ropa en un riacho cercano golpeándola con la paleta de madera. El niño crecía y dormía tranquilo en su cajón de madera que colgaba con tiras de tiento debajo del algarrobo. Ella cuidaba amorosamente a la silla, la sacaba de mañana al patio recién barrido, la ponía a cubierto de la lluvia y del rocío y la acercaba al fogón por las noches, pero a la silla las ansias de volar la estaban rondando y cuando el niño fue destetado comprendió que era el momento de partir. Se despidió en silencio de ellos y sin que la vieran se elevó por sobre el monte y voló libre hacia el norte buscando otro destino.

© Myrta Zweifel

® Birlibirloque

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