Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

sábado, 9 de mayo de 2009

Albertito, Tristona y la Soledad





Mi perra llora, llora y llora. Me está volviendo loco. No tengo paz. La extraña, es evidente. Yo creí que se acostumbraría, pero Tristona está vieja, y es la única aparte de mí que aúlla por la muerte de mi madre. Nos quedamos solos, y aunque mi mamá me había prometido que no, que nunca se iba a morir…
Pero se enfermó, y cuando hubo que internarla en el Sanatorio se puso furiosa con el médico gritándole que una bronquitis no era un cáncer de pulmón como él aseguraba.

Ahora estamos en casa. Ella me cepilla el pelo prolijamente. Ya no me baña, porque el viejo le dijo que basta, que ya estaba demasiado crecidito. Ella se ocupa de todo. Me saca punta a los lápices, compra los mapas que me pide la maestra y me recita una y otra vez la lección que yo repito y repito.
En la escuela lo paso mal, hay una banda de forajidos, dice mi mamá, que me enchastran el guardapolvo, me despeinan y se burlan de mí.

El domingo fui a ver a mi equipo favorito “Tigre”, me vino a buscar mi primo. Me llevó en su auto y me dice que tengo que hacer algo, por ejemplo trabajar.Si nunca laburé. La vieja decía que no era necesario, que administrando bien, nos arreglábamos. Mi papá se había muerto de un ataque al corazón, y quedamos ella y yo.

Ahora me explica matemáticas. Hago cuentas y más cuenta, cuando me canso, ella me completa la tarea y yo me prendo la televisión.

Basta Tristona ¡!, Terminala. Ya pasaron cuatro meses y veo que hay cosas que no me explicó. No se manejar el lavarropas. Ni hacerme la comida.
Cuando murió, mis tías me ayudaron pero ahora están un poco cansadas, y muy mayores…
“Que la plata hay que cuidarla”, “que no hay que despilfarrar”, así me muero de frío y no prendo la estufa para no gastar y voy a mirar tevé a lo de mis tías, y a veces me invitan a comer.

En otro tiempo el Coronel le decía a mi mamá: “quédese tranquila, señora, mientras le ponía una buena cantidad sobre el escritorio.
Mi papá riendo, “viste? Con guita todo se puede” y me entregaban la libreta de enrolamiento.

En verdad a mí mamá no le gustaba ninguna chica. Aunque tantas no traje. A todas le buscaba defectos, y me las espantaba.
Quizás ahora encuentre alguien, aunque ya cumplí los cincuenta y me estoy quedando pelado.
Que me haga la comida, me lave la ropa. Una mujer que sepa hacer cuentas y me ayude con las hipotecas y los préstamos.
Y lo más importante que tenga unas tetas grandes como la vieja.


© Lidia A. González

® Birlibirloque

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