Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Paciente solo






María me espera, sabe que puede contar conmigo. Esta pequeña mujer vive en la cama de hospital, tal vez sus últimos días. Lo sabe.
Los médicos dan sus diagnósticos, yo sé que es vejez.
Cuando ve mi rosada indumentaria, mueve su mano llamándome, desde el otro extremo de la sala. Y yo voy directo a ella.
Tengo muchos enfermos que confortar, pero María no tiene visitas.
Todo enfermo tiene un hijo, un padre, una novia o vecina que trae noticias, pasta de dientes, revistas, algo rico autorizado y casero, pero María es una dama sola que muere.
Al sentirme cerca sonríe, y su mano flaca y añosa busca la mía también flaca y añosa y nos mantenemos así, apretadamente juntas.
Me siento, no tengo apuro y quiero que lo sepa.
A mi oído adiestrado en anteriores encuentros no le dificulta entender su fatigoso y desdentado relato.
María no teme, y quiere que yo lo sepa. Está serena, sabe que ha vivido, que está muriendo, y quiere compartir conmigo sus recuerdos.
La sala de hospital se va poblando: un papá italiano de risa estruendosa, una mamá con sombrero de pana, un esposo alto, bello, que la amó tanto, una hija de piernas flacas y flequillo, sus hermanas, una que reía como el padre, la otra con los ojos de la madre.
Y ahora están todos ellos rodeando su cama, María les da vida, los extraña, ellos le dan vida, la esperan.
De pronto calla, su recuerdo vuela y su palabra es lenta, pero se deleita con la música que escuchaba junto a su madre. La orquesta en pleno rodea su cama. Y es tan potente que tapa los llamados a médicos de los parlantes. Todo se sofoca ahora por la risa estruendosa del padre.
Colita ladra, corre por el pasillo hacia su cama, se pone en dos patitas y busca que su ama la suba con ella.
Interrumpe Inecita, su hija que acurrucada junto a su cuerpo y abrazándola con una pierna, pregunta: “¿Porqué en tus ojos hay dos Inés?” y María festeja con carcajadas.
La sala de hospital se llena ahora de olores. A naranja e higo, a compota, a pan recién horneado, a manteca casera, a perro mojado, a bebé, su bebé, a tierra después de la lluvia, a peperina.
Cuando a María la debilidad la frena, soy yo que traigo esos personajes sonidos y olores que conozco bien, y se los ofrezco.
Y como quien la arropa, le traigo a Colita, mojada sacudiéndose, salpicándola, pidiéndole estar en la cama con ella.
A Inesita, experta peluquera que juega a un champú, corte y peinado, a mamá con sus manos llenas de masa, preparando ravioles.
María se duerme, su mano se aligera en la mía.
Me quedo a su lado un ratito más por si acaso.
Ahora María es una dama que duerme, yo soy una dama rosada, y este es momento de acompañar a otros enfermos.



© Irma Acuña
Junio 07

® Birlibirloque

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