Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Sólo con escuchar el aleteo de las horas..








...supo que se estaba aproximando. Era muy tarde en la noche cuando comenzó el viaje. Cerró los ojos. No deseaba volver pero un sentimiento de urgencia lo aproximaba a encontrar los restos de su niñez marchitándose en los rincones de la casa, que ya no albergaba los abrazos de sus hermanos.
La memoria retrocedía a aquella mañana cuando la madre descubrió que Marta se había ido, con unas pocas cosas en un bolsito y dejando unas líneas apuradas en un papel de cuaderno. Las rayas, el margen y la letra pequeña, azul de ella. Las palabras las había borrado la pena. Recordaba también el llanto de la madre, el enojo del padre, su propio desconcierto y el de sus hermanos –levantados de madrugada, en calzoncillos, con los ojos llenos de sueño y estupor. Salieron en su busca pero después de muchas horas volvieron derrotados y tristes. El campo inmenso había borrado las señales. Habían alertado al comisario, pero fue trivial el gesto, tampoco ellos la encontraron. Entonces el padre decidió que había que olvidar. Y trataron. Pero algo se había quebrado en todos. Ya no eran la misma gente. El padre se volvió más hosco, la madre más melancólica y los hermanos se fueron desapegando uno del otro. Hasta el silbato del tren se oía lloroso. Ya no era aquel sonido alegre que cruzaba sus vidas, dos veces al día.
Abrió la vieja tranquera con mano nerviosa. Y la cerró nuevamente. Los viejos hábitos lo conducían como si los diez años lejos de allí no existieran en este retorno.
Un perro ladró en la distancia. Quizás los fantasmas de la culpa que sentía lo esperaban.
El sonido del pasto escarchado acompañaba sus pasos. Y las luces del día iban aclarando la escena. A lo lejos, la vieja casa se inclinaba un poco hacia un costado. El sauce llorón y los demás árboles seguían temblando al compás del viento suave.
Se acercó a la puerta, estaba entreabierta, la empujó levemente y se asomó con cuidado...

La penumbra apenas dejaba adivinar los viejos muebles y un pequeño viento agitando una hoguera provenía de la cocina.
Un temor casi reverencial se iba deslizando hacia adentro. Y ya en el marco de la puerta un hombre alto y flaco, de barba descuidada lo miraba curioso. Ambos se observaron. Ambos se preguntaban quién sería el otro, pero no se hablaron. Un leve tic en el ojo izquierdo del intruso daba vida a esta vieja fotografía que perdía foco como para darle lugar a la memoria. Iba pasando el momento al compás del humo que invadía la estancia.
El hombre flaco entonces se acercó al recién llegado, le puso una mano en el hombro y con una mueca que podía ser una bienvenida afirmó: -Marcelo Souza, ¡era tiempo!

¡Corten! -gritó el director-. Se copia. •



© Carolina Menapace
28-04-10 /11-05-10

® Birlibirloque

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