Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Lo oculto








Mi infancia había transcurrido entre Capital y Provincia, pero siempre habitamos casas, nunca departamentos.
Después de unos años de matrimonio, compramos un departamento y tuvimos que adaptarnos a vivir en un edificio con gente diversa…
Acababa de sonar el timbre, y eché un vistazo por la mirilla. No se veía a nadie, por lo que continué con mis ocupaciones. Nuevamente sonó el timbre. Mi hijo pequeño miro por el agujero de la cerradura y muerto de risa exclamó: “¡Es Dysneylandia!”, abrió la puerta y era María Amelia, una nueva vecina, de mediana edad, pelo canoso, de andar escorado, y con una característica que al chico no se le había pasado por alto. Era enana. Según me enteré por su propia boca, procedía de una familia de clase alta, vivían en Barrio Norte, tenía cinco hermanos y había permanecido encerrada en la casa paterna desde siempre. Oculta a las miradas de familiares y amistades…
Tenía mal genio y se enojaba por cualquier motivo, pero vivía agradeciendo a los vecinos que la trataran como a uno más. Tanta era la discriminación que había sufrido.
En su departamento, que insistió para que lo conociera, tenía banquitos que usaba para todos los menesteres: hacer la cama, llenar el lavarropas, cocinar, acomodar el placard, etc. Pero tenía uno preferido que era plegadizo y usaba para ir a los conciertos. Adoraba la música clásica. Venía a verme con cualquier excusa, pedir algún ingrediente de cocina, o lo que se le ocurriera, el objetivo era charlar de cualquier tema.
Me contaba de su triste infancia, de sus hermanos, uno era juez, que la obligaban a esconderse para recibir a sus amigos. De la ancianidad de sus padres, a los que cuidó con una dedicación increíble, trepada a sus útiles banquitos, hasta el final de sus vidas.
Al morir los padres, sus hermanos decidieron vender la casa.
Compraron una vivienda en el edificio donde yo vivía, y la llevaron a vivir allí.
Era tan ingenua como un niño, y a veces entablaba relaciones con mujeres que conocía ocasionalmente, las invitaba a visitarla, casi siempre le acarreaban disgustos o le robaban.
Los hermanos no la visitaban. Su hermana mujer era una bruja con rodete, cejas altas, cara avinagrada y modales de patrona de estancia.
Cuando María Amelia enfermó, la hermana puso su dedo en mi timbre, con una urgencia prepotente, para avisarme que la llevaba a internar al Hospital.
Permaneció internada mucho tiempo, y más tarde la trasladaron a vivir a un Hogar de Ancianos, donde terminó su vida. No puedo olvidar que al día siguiente de estar internada, tan mal, vino su hermana con una mudadota y se llevó todo, vació el departamento, hasta los banquitos…



© Lidia A. González

® Birlibirloque




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