Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

jueves, 27 de agosto de 2009

Cazadores de estrellas







Llegó una noche de tormenta pidiendo albergue, lo recibieron porque no es de cristiano dejar a nadie bajo la lluvia. Entró pidiendo permiso sacudiendo el sombrero empapado. Llevaba un sobretodo raído, zapatos gastados, una bolsa de lona y una caja de pintura.
Una vez en la cocina antes de sentarse cerca del fuego, se quitó el abrigo, abrió la bolsa, sacó un trapo y se lo pasó por la cara y el pelo. Su rostro era enjuto, sus ojos negros brillaban bajo los párpados entre cerrados. Comió con avidez el café negro remojado con pan y un pedazo de queso que le sirvieron, porque la hora de la cena ya había pasado.
Lo acomodaron en el cuartito del tío Emilio que ya no estaba. Tenía solo una cama, una mesa, una silla, un ropero viejo y una mano de cal en las paredes. Al otro día tendió sobre el alambre tejido la ropa húmeda y puso la caja de madera sobre la mesa de la galería diciendo que era pintor.
El dueño de casa le preguntó hacia donde iba, respondió que al monasterio de las sierras.
-¡Ah!-dijo el hombre y tomando una pala se fue al campo a carpir los surcos. Secándose las manos en el delantal a cuadros la mujer inquirió curiosa
-¿Y qué pinta?
-Mayormente imágenes, a veces retratos.
Ella se quedó un momento en silencio y luego preguntó con timidez-¿No quiere hacerle uno a Juanita?- señalando a una niña que saltaba la cuerda cerca de él. Asintió con la cabeza, abrió la caja, sacó papeles y lápices ¿La llamo? Preguntó la madre.
-No, déjela nomás- hizo unos trazos, la mujer ansiosa se inclinó sobre su hombro, él le echó una mirada oblicua y ella se retiró a la cocina.
Al mediodía le alcanzó la hoja, ella la miró con atención, rió complacida y la colgó con una chinche en la puerta del comedor para que su marido y su hijo la viesen al volver de trabajar. Era un bosquejo, se la veía con la cuerda en la mano, mirando al pintor con expresión seria, los ojos muy abiertos y la boca fruncida.
A la tarde volvió a llover y al otro día aclaró. El pintor parecía no tener prisa, sentado a la mesa comía con apetito, después se acomodaba en la galería, sacaba una hoja y se ponía a dibujar.
Los integrantes de la familia seguían con sus quehaceres, el padre en el campo, la madre acomodando la casa, el hijo con los caballos, dándoles el morral, cepillándolos, poniéndoles la montura. Solo la niña jugaba brincando por todo el patio; cazaba estrellas y las ponía a hervir con grillos en una ollita en la intención de hacerlas cantar.
El pintor se fue quedando y por respeto nadie le decía nada. Empezó a pintar las paredes encaladas del cuartito, de sus pinceles surgían figuras de niñas y de caballos que cruzaban un cielo estrellado. Entraba sigilosamente y cerraba la puerta para que nadie viera lo que estaba haciendo.
A veces, después de cenar el matrimonio iba a sentarse al patio; una noche luminosa vieron cruzar raudamente por el espacio un jinete en un caballo oscuro. ¿Viste eso? Preguntó el hombre casi sin voz.
-Si, lo ví, ¡Qué extraño!- apabullados por la aparición entraron la dormitorio sin decir nada y trancaron bien las puertas.
La noche siguiente volvieron a sentarse a mirar el cielo, expectantes, temerosos, como si esperasen algo sobrenatural, después de un largo rato, cuando juntaban los sillones de mimbre, les pareció ver pasar la silueta de una niña vestida de blanco, volando como una paloma, con el cabello rubio alborotado y los brazos extendidos hacia delante. La mujer entró asustada y corrió hasta la cama donde estaba Juanita, la niña dormía con una leve sonrisa y una mano bajo la mejilla, fue hasta la cama del hijo y lo halló durmiendo profundamente. Pensativa se puso el camisón y le prendió una vela a la virgen rogándole que los protegiera de cualquier mal.
La mañana siguiente hallaron la puerta del cuartito abierta. El hombre había desaparecido con su bolsa y la caja de pintura. En la pared blanca la figura de la niña y la de los caballos se estaban descascarando y caían a pedacitos como una lluvia sobre la mesa y el piso de baldosas rojas.



© Myrta Zweifel

® Birlibirloque

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que linda manera de describir una zona campera y a su gente

Reme