Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 2 de enero de 2009

Belgrano "R"

















Pasaba todos los días siempre a la misma hora y cada vez que miraba la estación tenía la sensación de que alguien la esperaba. Se sentía tonta. ¡Tener esa presunción! A los 46!
Juana, soltera, solterona como decían sus viejas tías, tomaba ese tren –el de las 14.40– hacía 20 años. De lunes a viernes. Y nunca le había pasado algo así. ¡Esa sensación! ¿Había sido casual? ¿O todo estaba diseñado de antemano?, no sabia, pero lo cierto era que cada vez que pasaba por allí esos últimos días sentía que la esperaban, que la necesitaban. Y ella cada vez ansiaba más responder a ese llamado de locos o desesperados.
¿Qué le pasaba? ¿La rutina la estaba envolviendo en el delirio? No, mejor seguir el impulso que le decía: -¡Bajate, bajate! ¡Seguí esta corazonada!
¿Corazonada de qué? ¿Un gran amor? No, eso se daba en los novelones de sus tías que a veces ella también leía a escondidas. Dejó pasar el momento, el tren arrancó nuevamente y ella siguió sentada, conmovida de alguna manera y con ganas de haberse dejado llevar. Cobarde. Lo más que le podía haber pasado era tomar el siguiente tren. ¿Es que cuando una va llegando a los 50 años se vuelve también cobarde?

-Hoy, cuando este tren pare, yo me bajo.-se dijo Juana muy decidida al día siguiente.
Y lo hizo. Se sentía... ¿ como se sentía? No lo podía expresar. Osada y temerosa. Y también curiosa. Tenia ganas de reír por la aventura. Se sentía quizás como una jovencita audaz. ¿Por qué no? Una tiene siempre todas las edades consigo.
Caminó con cautela. Miraba hacia todos lados. Cruzó el andén y se internó en la placita de atrás, esa que tiene juegos y árboles añosos. Y de pronto lo vio. Sentado. Muy quieto. ¿Era él? La miraba. Tenía un brillo especial en los ojos. Grandes. Inteligentes.
Ahora se miraban mutuamente con atención y cierto reconocimiento.
Se acercó lentamente, con cuidado, la voz apenas un susurro: ¿Charlie?
Y ese labrador rubio, de ojos grandes comenzó a mover la cola desaforadamente, sin control, todo alegría. Gimiendo se abalanzó hacia ella que lloraba sin poder creer que se habían reencontrado después de seis meses de tanto buscar.



© Carolina Menapace

® Birlibirloque



1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué buena historia!!
Los presentimientos, esos que nos llevan y traen, por alguna razón no comprendemos (claro nada tienen que ver con la razón), son intuitivos.
Gracias por compartir esta breve historia, que como lectora puedo ampliar a mi gusto.

A.C.