Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

sábado, 11 de octubre de 2008

Carlos El Impetuoso






El rey Carlos VIII fue a guerrear a Italia, entró triunfal en Florencia cubierto por una armadura de oro, con dragones y flores de lis.
La capa carmesí caía sobre las ancas de su cabalgadura y se extendía por quinientos metros haciendo que la escolta quedara rezagada.
Cuando entró en Nápoles lo hizo vestido de negro y plata. Permitió a la soldadesca saquear, incendiar, violar.
No tuvo compasión alguna.
Una noche, después de haber sido traicionado por sus propios generales y con toda la guarnición hecha prisionera, huyó con los pocos leales que le quedaban rumbo a su oscuro castillo de Francia, cubierto por tapices del renacimiento.
Lo esperaba su fiel esposa, Ana de Bretaña, la reina renga, tantas veces re-engañada, relegada y repudiada.
Llegó como un triunfador al son de trompetas, embriagado por el perfume de sus bosques, por el recuerdo de exquisitos vinos y manjares, de los bailes interminables y de sus correrías por los pasillos del palacio detrás de bellas cortesanas.
Era tal su prisa que, una vez bajado el puente levadizo, entró al galope olvidándose de la poca altura de los arcos de piedra de las puertas.
Una de ellas lo golpeó en la frente y murió a las pocas horas, en su lecho de roble, rodeado por sus médicos, mientras Ana le aplicaba en la frente paños fríos y le decía amorosamente:
¡Oh Carlos!
¡Por qué fuisteis tan lejos a buscar gloria y una muerte heroica, cuando la teníais tan cerca!


© Myrta Zweifel

® Birlibirloque

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