Por el placer de estar juntas hacemos juegos con palabras. Nos reunimos una vez por semana y entre café y cosas ricas, creamos letras en libertad.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La piedra





Habrá rodado montaña abajo, expelida como un proyectil, desde un volcán en erupción. En su origen, magma, luego envuelta en el frío brutal de la atmósfera, convertida en piedra.
O tal vez formó parte de un meteorito, que pulverizado se hundió en el océano, y quedó en el lecho marino, torneada y pulida por el incesante movimiento del agua y la arena.
Quizás las mismas corrientes marinas la fueron empujando a las orillas de un río, donde estuvo siglos, entre juncales y peces, hasta que un niño la descubrió, tomó en sus manos brevemente y arrojó lejos, a otra orilla, donde un hombre la encontró.
Despertó su interés o curiosidad y la llevó a su casa.

Con ansiedad la fue acariciando y conociendo.
Quedó guardada en un cajón de la mesa de luz, durante toda su vida. Sólo cuando se encontraba enfermo la tomaba para tenerla entre sus manos.

Y en su mano derecha estaba cuando él murió.

Esta piedra de basalto, verdinegra y lustrosa, que llegó a mí hace muchísimos años, a la que siempre le descubro una faceta nueva, es irregular, casi amorfa, pesadísima.

Según la apoyo sobre la mesa parece un torso de mujer en escorzo.

Si la giro, semeja el rostro de un aborigen australiano sonriendo, con los ojos cerrados…

Pero ayer, al tomarla en mi mano apareció misteriosamente una calavera achatada, con el cráneo fisurado, que podría jurar no haberla visto nunca.



© Lidia A. González

® Birlibirloque

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